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martes, 30 de agosto de 2022

El mundo todo es máscaras

 Retropost, 2012

"No hace muchas noches que me hallaba encerrado en mi cuarto, y entregado a profundas meditaciones filosóficas, nacidas de la dificultad de escribir diariamente para el público. ¿Cómo contentar a los necios y a los discretos, a los cuerdos y a los locos, a los ignorantes y a los entendidos que han de leerme, y sobre todo a los dichosos y a los desgraciados, que con tan distintos ojos suelen ver una misma cosa?"

 En una librería de Bueu que cierra ahora me he comprado dos libros de artículos de Larra, quizá el primer blogger español a su manera. Así empieza el artículo "El mundo todo es máscaras. Todo el año es carnaval". Y así evalúa el bachiller su experiencia en las noches de mascaradas:

"Ni me sé explicar de una manera satisfactoria la razón en que se fundan para creer ellos mismos que se divierten un enjambre de máscaras que vi buscando siempre y no encontrando jamás, sin hallar a quien embromar ni quién los embrome, que no bailan, que no hablan, que vagan errantes de sala en sala, como si de todas les echaran, imitando el vuelo de la mosca, que parece no tener nunca objeto determinado. ¿Es por ventura un apetito desordenado de hallarse donde se hallan todos, hijo de la pueril vanidad del hombre? ¿Es por aturdirse a sí mismos y creerse felices por espacio de una noche entera? ¿Es por dar a entender que también tienen un interés y una intriga? Algo nos inclinamos a creer lo último, cuando observamos que los más de éstos os dicen, si los habéis conocido: '¡Chitón! ¡Por Dios! No digáis nada a nadie'. Seguidlos, y os convenceréis de que no tienen motivos ni para descubrirse ni para taparse."


 
Me hace pensar esto que en los blogs y redes sociales tampoco es muy grande la diferencia entre lo que sucedía antes, cuando todo el mundo usaba nicks y avatares, y ahora que se lleva más el nombre propio o identidad auténtica so-called.

El artículo de Larra está en la tradición de la visión crítica del mundo social como teatro—o yendo a un tema arquetípico más universal, el contraste entre apariencia y realidad. Con la excusa de los bailes de disfraces y los carnavales, describe las apariencias que da la gente a otros cada día de la vida cotidiana, con vestidos y modales calculados para proyectar una impresión favorable o a la moda, muy distinta del cuerpo debajo de la ropa o de la cara sin afeites. Y el decalaje entre la imagen proyectada y la intención al actuar. Concluye pues que no es necesario ir al teatro, el teatro está en la calle, ya estamos en él lo sepamos o no...

"Ya que sin respeto a mis lectores me he metido en estas reflexiones filosóficas, no dejaré pasar en silencio antes de concluirlas la más principal que me ocurría. ¿Qué mejor careta ha menester don Braulio que su hipocresía? Pasa en el mundo por un santo, oye misa todos los días, y reza sus devociones; a merced de esta máscara que tiene constantemente adoptada, mirad cómo engaña, cómo intriga, cómo murmura, cómo roba... ¡Qué empeño de no parecer Julianita lo que es! ¿Para eso sólo se pone un rostro de cartón sobre el suyo? ¿Teme que sus facciones delaten su alma? Viva tranquila; tampoco ha menester careta. ¿Veis su cara angelical? ¡Qué suavidad! ¡Qué atractivo! ¡Cuán fácil trato debe de tener! No puede abrigar vicio alguno. Miradla por dentro, observadores de superficie; no hay día que no engañe a un nuevo pretendiente; veleidosa, infiel, perjura, desvanecida, envidiosa, áspera con los suyos, insufrible y altanera con su esposo: ésa es la hermosura perfecta, cuya cara os engaña más que su careta. ¿Veis aquel hombre tan amable y tan cortés, tan comedido con las damas en sociedad? ¡Qué deferencia! ¡Qué previsión! ¡Cuán sumiso debe ser! No le escojas sólo por eso para esposo, encantadora Amelia; es un tirano grosero de la que le entrega su corazón. Su cara es más pérfida que su careta (...)"



 
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sábado, 14 de agosto de 2021

Pompa y Circunstancia

Del libro III de los Ensayos de Montaigne (VIII):

... 

Y estaba diciendo que no hay más que ver a un hombre elevado en dignidad: aun cuando lo hayamos conocido tres días antes como hombre de poca monta, fíltrase insensiblemente en nuestra opinión una imagen de grandeza, de inteligencia, y nos persuadimos de que al crecer en séquito y en fama, ha crecido también en mérito. Juzgámoslo, no según su valor, sino como las fichas, según la prerrogativa de su rango. Cambie de nuevo la suerte, vuelva a caer y a mezclarse con el vulgo, todos nos preguntaremos admirados por la causa por la que tan alto lo colocó. "¿Es él?—se dice—¿No sabía algo más cuando allí estaba? ¿Con tan poco se contentan los príncipes? Pues sí que estábamos en buenas manos." Esto lo he visto a menudo en mi época. Incluso la máscara de las grandezas que se representan en el teatro nos influye de algún modo y nos engaña. Lo que yo mismo adoro de los reyes es la masa de adoradores. Toda inclinación y sumisión les es debida, excepto la del entendimiento. No está acostumbrada mi razón a doblarse ni a arrodillarse: lo hacen solo mis rodillas.

Habiéndosele preguntado a Melanto qué le había parecido la tragedia de Dionisio, respondió: "No la he visto, de tan oscuro como es su lenguaje." Así, la mayoría de los que juzgan los discursos de los grandes, habrían de decir: "Nada he entendido de lo que ha dicho, tan ofuscado estába de seriedad, grandez y majestad."

Convencía un día Antístenes a los atenienses de que ordenasen se empleara a los asnos para labrar las tierras, al igual que a los caballos; a lo cual respondiéronle que tal animal no había nacido para aquel servicio: "Es lo mismo—replicó él—; sólo depende de vuestras órdenes pues los hombres más ignorantes e incapaces que empleáis para la dirección de vuestras guerras vuélvense de inmediato muy dignos, por el solo hecho de emplearlos para ellas."

Con lo cual está en relación la costumbre  de tantos pueblos, que canonizan al rey que han hecho de uno de ellos, y no se contentan con honrarlo, sino que lo adoran. Los de México, tras las ceremonias de su coronación, no osan ya mirarle el rostro; y, como si lo hubieran divinizado con su realeza, entre los juramentos que le hacen prestar de mantener su religión, sus leyes, sus libertades, de ser valiente, justo y bueno, jura tambien hacer que brille el sol con su luz acostumbrada, que goteen las nubes en el tiempo oportuno, que sigan los ríos su curso y que dé la tierra todo lo necesario.

Soy yo distinto de lo normal, y desconfío más de la inteligencia cuando la veo acompaada de grandeza, de fortuna y de celebridad popular. Hemos de ver si no consiste en hablar en su momento, en elegir su oportunidad, en cortar la conversación o en cambiarla con autoridad magistral, en defenderse de la oposición de los demás con un movimiento de cabeza, una sonrisa o un silencio, ante una asistencia que tiembla de reverencia y respeto.

Un hombre de monstruosa fortuna, al dar su opinión sobre cierto tema liviano que era debatido sin ceremonia en su mesa, empezó precisamente así: "No puede ser más que un mentiroso o un ignorante el que diga lo contrario", etc. Seguid esta idea filosófica con un puñal en la mano.


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La Colección