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jueves, 6 de junio de 2024

Being Bullied

From Stephen Crane's "The Bride Comes to Yellow Sky"— a newly-wed couple travel for once, above their means, in a first-class Pullman railway car:

To the minds of the pair, their surroundings reflected the glory of their marriage that morning in San Antonio. This was the environment of their new estate, and the man's face, in particular, beamed with an elation that made him appear ridiculous to the Negro porter. This individual at times surveyed them from afar with an amused and superior grin. On other occasions he bullied them with skill in ways that did not make it exactly plain to them that they were being bullied. He subtly used all the manners of the most unconquerable kind of snobbery. He oppressed them, but of this oppression they had small knowledge, and they speedily forgot that unfrequently a number of travellers covered them with stares of derisive enjoyment. Historically there was supposed to be something infinitely humourous in their situation.

     'We are due in Yellow Sky at 3.42,' he said, looking tenderly into her eyes. 

     'Oh, are we?' she said, as if she had not been aware of it. 

     To evince surprise at her husband's statement was part of her wifely amiability She took from a pocket a little silver watch, and as she held it before her, and stared at it with a frown of attnetion, the new husband's face shone.

     'I bought it in San Anton' from a friend of mine,' he told her gleefully.

     'It's seventeen minutes past twelve, she said, looking up at him with a kind of shy and clumsy coquetry.

     A passenter, noting this play, grew excessively sardonic, and winked at himself in one of the numerous mirrors.

     At last they went into the dining-car. Two rows of Negro waiters in dazzling white suits surveyed their entrance with the interest, and also the equanimity, of men who had been fore-warned. The pair fell to the lot of a waiter who happened to feel pleasure in steering them through their meal. He viewed them with the manner of a fatherly pilot, his countenance radiant with benevolence. The patronage entwined with the ordinary deference was not palpable to them. And yet as they returned to their coach they showed in their faces a sense of escape. 

 

viernes, 26 de abril de 2024

El principio del derroche ostentoso

 Un importante principio de organización social y del comportamiento humano, según la Teoría de la Clase Ociosa de Veblen, es el de la ostentación de la inutilidad, o el principio del derroche ostentoso. Para pertenecer a la clase ociosa, o simular que pertenecemos a ella, hay que lucir capacidad de gasto inútil, y demostrar que no trabajamos en nada productivo:

Abstenerse de trabajar no es sólo un acto honorífico o meritorio, sino que ha llegado a ser un requisito de la decencia. La insistencia en la propiedad como base del prestigio es muy espontánea e imperiosa durante los primeros estadios de la acumulación de riqueza. Abstenerse de trabajar es la prueba convencional de que se es rico y, por lo tanto, la señal convencional de que se ocupa una buena posición social; y esta insistencia en lo meritorio de la riqueza lleva a una más vigorosa insistencia en la ociosidad. Nota notae est nota res ipsius. Según las bien establecidas leyes de la naturaleza humana, la prescripción se apodera ahora de esta prueba convencional de riqueza y la fija en los hábitos mentales de los hombres como algo sustancialmente meritorio y ennoblecedor en sí mismo, mientras que el trabajo productivo, en virtud de un proceso semejante, se hace intrínsecamente indigno. La prescripción acaba por hacer del trabajo, no sólo algo vergonzoso a ojos de la comunidad, sino también moralmente imposible para el hombre noble y libre, e incompatible con una vida digna.
(...)
 
 

Con excepción del instinto de autoconservación, la tendencia a la emulación es probablemente el más fuerte, más despierto y más persistente de los motivos económicos propiamente dichos. En una comunidad industrial, esta tendencia a la emulación se expresa en una emulación pecuniaria; y esto, por lo que se refiere a las comunidades civilizadas de Occidente, es virtualmente lo mismo que decir que se expresa en alguna forma de derroche ostentoso.

(...)

Bajo la selectiva vigilancia de la ley del derroche ostentoso, va creciendo un código de normas acreditadas de consumo, cuyo efecto es obligar al consumidor a mantener una norma de gasto y de despilfarro en su consumo de bienes y en su empleo de tiempo y esfuerzo. Este crecimiento del uso prescriptivo tiene un efecto inmediato en la vida económica, pero también tiene un efecto indirecto y más remoto en otras facetas de la conducta. Hábitos de pensamiento con respecto a la expresión de la vida en una dirección dada, afectan inevitablemente la visión habitual de lo que también es bueno y justo en otras direcciones. En el complejo orgánico de hábitos de pensamiento que constituyen la sustancia de la vida consciente de un individuo, el interés económico no permanece aislado e independiente de todos los demás intereses. Algo se ha dicho ya, por ejemplo, de su relación con las normas que regulan la buena reputación.

El principio del derroche ostentoso guía la formación de hábitos de pensamiento en lo tocante a lo que es honesto y prestigioso en la vida y en las propiedades. Al hacerlo así, este principio negará otras normas de conducta que primariamente nada tienen que ver con el código del honor pecuniario, pero que poseen, bien directa, bien incidentalmente, un significado económico de cierta magnitud. Así, el canon del derroche ostensible puede, inmediata o remotamente, influir en el sentido del deber, en el sentido de la belleza, en el sentido de la utilidad, en el sentido de la corrección devocional o ritual, y en el sentido científico de la verdad.

miércoles, 20 de marzo de 2024

Veblen y la teatralidad

 Retropost, 2014:

Una teoría sarcástica, pero certera, de la vida social.

La idea de la vida social como teatro la han promovido muchos: aquí hay unas referencias que van desde Platón hasta Arsuaga. A Sartre no sé si lo he incluido, por cierto—pero tiene un pasaje muy interesante en el que describe a un camarero que no se limita a servir bebidas, sino que representa de modo teatral el papel de camararero, con los gestos adecuados y un punto de ficcionalización de su propia actividad, o auto-imitación paradójica.

Santayana comentó cómo teatralizamos incluso nuestras actitudes y emociones. En el siglo XX se convierte la noción de teatralidad en un concepto crucial para la comprensión de la psicología social; más allá de las paradojas o humoradas a lo Wilde, se abre paso en la teoría "seria" la noción de que los roles sociales tienen una dimensión teatral. La noción de la teatralización de los roles sociales se convierte en un concepto clave en la teoría de Erving Goffman en La presentación del yo en la vida cotidiana. Allí expone cómo el mundo social aparece a la vez como una presentación y como una representación. Es decir, añadimos un plus de teatralidad a nuestra actuación social para desempeñar nuestro rol con más claridad y eficacia, y no puede entenderse la interacción al margen de esta teatralización que le es inherente.  

 

Bien, pues si estas cosas las apuntó Santayana, y las teatralizó de manera magistral Oscar Wilde en La importancia de llamarse Ernesto, hay un contemporáneo de ambos que también añade una contribución crucial a la teoría teatral de la sociedad—Thorstein Veblen, en su Teoría de la clase ociosa. Desde luego, puede utilizarse este libro como una guía para el comentario de la comedia de Wilde. Pero aunque Veblen pareció a muchos de sus contemporáneos un tanto perverso o cínico, en tanto que filósofo social, no conviene confundir sus observaciones penetrantes con meros sarcasmos. Una muestra, una cita no más, sobre lo que ve Veblen de eminentemente teatral en la exhibición del ocio que las clases acomodadas no sólo practican, sino que difunden. Sobre los sirvientes—que tienen un papel no meramente práctico, sino también dramático:

El primer requisito de un buen siervo es que demuestre ostensiblemente que sabe cuál es el lugar que le corresponde. No basta con que sepa producir mecánicamente ciertos resultados deseables; debe, por encima de todo, saber cómo producir estos resultados en la forma debida. Puede decirse que el servicio doméstico es una función más espiritual que mecánica. Gradualmente va creciendo en ella un elaborado sistema de buenas formas, especialmente en lo que se refiere a la reglamentación de la manera en que este ocio indirecto de la clase servidora ha de desempeñarse. (83).

Todo sirviente, no sólo el camarero de Sartre, ha de hacer lo que sea su tarea, limpiar el suelo, lavar la ropa o no hacer nada, pero debe hacerlo siguiendo un ritual y una etiqueta que son eminentemente teatrales. No sólo debe ser sirviente, sino exhibirse a sí mismo en tanto que tal—igual que el aristócrata ocioso debe comportarse como tal y no dar lugar a dudas de que no da palo al agua ni lo va a dar en su vida. Ni él ni su mayordomo, para así mantener a las clases trabajadoras a raya y a distancia segura (asegura Veblen que el trabajo productivo no sólo no dignifica, sino que envilece y es objeto de reproche moral en la buena sociedad).

Como se ve, Veblen distingue con toda claridad la diferencia entre la función social en sí y la teatralización activa de la misma. Esta noción es clave en su Teoría de la clase ociosa, y por tanto es este libro uno de los principales documentos del interaccionismo simbólico en su forma moderna—junto con obras de William James, George Herbert Mead, y, por qué no, el propio Wilde, una generación anterior a la de Goffman y Nelson Goodman.

Claro que esta teoría de la clase ociosa tiene un antecedente crucial en el siglo XVIII, la Teoría de los sentimientos morales de Adam Smith. Y, yendo un poquito más para atrás, las cartas de Lord Chesterfield a su hijo, sobre las maneras del mundo social, aunque aquí se mezcla la teoría con la práctica vivida de la clase ociosa, y hay menos distancia entre el analista y el hecho observado. Porque si bien una distancia entre el sujeto y su rol es crucial para esta teoría, le es beneficiosa una dosis mayor de ojo crítico, e incluso de desprecio irónico, a los buenos modales. Hay que ser un poco aguafiestas para exponer a la vista la teatralidad de la vida cotidiana. Veblen lo era un tanto. Goffman estaba más camuflado, un aguafiestas infiltrado en la normalidad, un tipo de cuidado, un Maquiavelo moderno. ¿He mencionado a Maquiavelo como antecedente de esta teoría dramática de la vida social?




VEBLEN Y LA TEATRALIDAD en Ibercampus.




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sábado, 14 de agosto de 2021

Pompa y Circunstancia

Del libro III de los Ensayos de Montaigne (VIII):

... 

Y estaba diciendo que no hay más que ver a un hombre elevado en dignidad: aun cuando lo hayamos conocido tres días antes como hombre de poca monta, fíltrase insensiblemente en nuestra opinión una imagen de grandeza, de inteligencia, y nos persuadimos de que al crecer en séquito y en fama, ha crecido también en mérito. Juzgámoslo, no según su valor, sino como las fichas, según la prerrogativa de su rango. Cambie de nuevo la suerte, vuelva a caer y a mezclarse con el vulgo, todos nos preguntaremos admirados por la causa por la que tan alto lo colocó. "¿Es él?—se dice—¿No sabía algo más cuando allí estaba? ¿Con tan poco se contentan los príncipes? Pues sí que estábamos en buenas manos." Esto lo he visto a menudo en mi época. Incluso la máscara de las grandezas que se representan en el teatro nos influye de algún modo y nos engaña. Lo que yo mismo adoro de los reyes es la masa de adoradores. Toda inclinación y sumisión les es debida, excepto la del entendimiento. No está acostumbrada mi razón a doblarse ni a arrodillarse: lo hacen solo mis rodillas.

Habiéndosele preguntado a Melanto qué le había parecido la tragedia de Dionisio, respondió: "No la he visto, de tan oscuro como es su lenguaje." Así, la mayoría de los que juzgan los discursos de los grandes, habrían de decir: "Nada he entendido de lo que ha dicho, tan ofuscado estába de seriedad, grandez y majestad."

Convencía un día Antístenes a los atenienses de que ordenasen se empleara a los asnos para labrar las tierras, al igual que a los caballos; a lo cual respondiéronle que tal animal no había nacido para aquel servicio: "Es lo mismo—replicó él—; sólo depende de vuestras órdenes pues los hombres más ignorantes e incapaces que empleáis para la dirección de vuestras guerras vuélvense de inmediato muy dignos, por el solo hecho de emplearlos para ellas."

Con lo cual está en relación la costumbre  de tantos pueblos, que canonizan al rey que han hecho de uno de ellos, y no se contentan con honrarlo, sino que lo adoran. Los de México, tras las ceremonias de su coronación, no osan ya mirarle el rostro; y, como si lo hubieran divinizado con su realeza, entre los juramentos que le hacen prestar de mantener su religión, sus leyes, sus libertades, de ser valiente, justo y bueno, jura tambien hacer que brille el sol con su luz acostumbrada, que goteen las nubes en el tiempo oportuno, que sigan los ríos su curso y que dé la tierra todo lo necesario.

Soy yo distinto de lo normal, y desconfío más de la inteligencia cuando la veo acompaada de grandeza, de fortuna y de celebridad popular. Hemos de ver si no consiste en hablar en su momento, en elegir su oportunidad, en cortar la conversación o en cambiarla con autoridad magistral, en defenderse de la oposición de los demás con un movimiento de cabeza, una sonrisa o un silencio, ante una asistencia que tiembla de reverencia y respeto.

Un hombre de monstruosa fortuna, al dar su opinión sobre cierto tema liviano que era debatido sin ceremonia en su mesa, empezó precisamente así: "No puede ser más que un mentiroso o un ignorante el que diga lo contrario", etc. Seguid esta idea filosófica con un puñal en la mano.


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La Colección