miércoles, 7 de agosto de 2024

¿Quién define la realidad?

 La realidad la hacemos un poco entre todos, y cada cual habita en parte en la suya y en parte en la de todos. Ahora, cuando llega la hora de definir cuál es la naturaleza última de la realidad (por ejemplo ¿Hay Dios? ¿Cuida de nosotros? ¿Qué planes tiene? ¿Hay otra vida? ¿Vivimos en un ordenador? ¿Tenemos alma? ¿Tiene todo esto algún sentido? ¿Cuál es la sustancia y razón de lo que vemos? ¿A dónde vamos? ¿Nos llevan por buen camino?)—para todo esto, doctores tiene la Iglesia. Hacen falta expertos, toda una organización social para el Mantenimiento y Definición del Universo. De esta cuestión hablan algo Berger y Luckmann en su libro sobre The Social Construction of Reality. Veamos unos párrafos sobre estos Expertos Universales, dedicados a la teoría pura y a la legitimación de la realidad:

Because the universal experts operate on a level of considerable abstraction from the vicissitudes of everyday life, both others and they themselves may conclude that their theories have no relation whatever to the ongoing life of the society, but exist in a sort of Platonic heaven of ahistorical and asocial ideation. This is, of course, an illusion, but it can have great socio-historical potency, by virtue of the relationship between the reality-defining and the reality-producing process. (135)

Se refieren Berger y Luckmann, entre otras cosas, a que la representación de la realidad (la definición de la realidad y la teorización sobre ella se cuentan entre las más influyentes formas de representación) también modela la realidad social, y proporciona mapas y modelos de la realidad que orientan la acción sobre la realidad así como otras representaciones de la realidad.

    A second consequence is a strengthening of traditionalism in the institutionalized actions thus legitimated, that is, a strengthening of the inherent tendency of institutionalization towards inertia. (....)
   The emergence of full-time personnel for universe-maintaining legitimation also brings with it occasions for social conflict. Some of this conflict is between experts and practitioners. The latter, for reasons that need not be belaboured, may come to resent the experts' grandiose pretensions and the concrete social privileges that accompany them. What is likely to be particularly galling is the experts' claim to know the ultimate significance of the practitioners' activity better than the practitioners themselves. (....)
    This brings us to another, equally important, possibility of conflict—that between rival coteries of experts. (135-6)

¿Y cómo se han de resolver los conflictos entre doctrinas, en particular cuando se resuelven a cuestiones transcendentales, teológicas o metafísicas, que escapan a la experiencia común? Puede utilizarse la argumentación, y se usa abundantemente, pero no es eso lo que decide el triunfo de las doctrinas. Berger y Luckmann son pragmáticos desilusionados en este sentido: es el ejercicio del poder, del control y de la autoridad política lo que decide la resolución de las disputas sobre la naturaleza de la realidad, al menos en el espacio público—(y apuntemos que el espacio privado se construye en gran medida por interiorización del espacio público). Son las legitimaciones toleradas o promovidas por el poder las que acaban definiendo la naturaleza de la realidad. Al menos la realidad públicamente reconocida:

By its very nature such argumentation does not carry the inherent conviction of pragmatic success. What is convincing to a man may not be to another. We cannot really blame such theoreticians if they resort to various sturdier supports for the frail power of mere argument—such as, say, getting the authorities to employ armed might to enforce one argument against its competitors. In other words, definitions of reality may be enforced by the police. This, incidentally, need not mean that such definitions will remain less convincing than those accepted 'voluntarily'—power in society includes the power to determine decisive socialization processes and, therefore, the power to produce reality. In any case, highly abstract symbolizations (that is, theories greatly removed from the concrete experience of everyday life) are validated by social rather than empirical support. It is possible to say that in this manner a pseudo-pragmatism is reintroduced. The theories may again be said to be convincing because they work— work, that is, in the sense of having become standard, taken-for-granted knowledge in the society in question. (137)


Con esta cuestión de las definiciones oficiales de la realidad, y su cuestionamiento marginal, estaba relacionado mi artículo sobre el Evangelio de Judas—un libro que cuestiona la definición de la realidad de la ideología cristiana mayoritaria de su tiempo.








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