
Teoría paranoica de la observación mutua https://blogdenotasvanityfea.blogspot.com/2025/07/teoria-paranoica-de-la-observacion-mutua.html
The Virtual World We Inhabit: https://blogdenotasvanityfea.blogspot.com/2025/07/the-virtual-world-we-inhabit.html
La teoría de la acción característica en el drama la expondría con mucho acierto A. C. Bradley con respecto a las tragedias de Shakespeare. Pero como estos grandes aciertos preexisten a su formulación más redonda o característica, otros observadores del drama antes de Bradley hicieron observaciones al respecto. Así Stendhal en su diario (28 de noviembre de 1804):
Las acciones que realiza el protagonista de una comedia no pueden ser consideradas en sí mismas, sino por las relaciones que demuestran existir entre los principios constitutivos de la voluntad del personaje, lo que casi nos asegura que en tal circunstancia él procedería de tal manera, y que si ocupara un lugar importante en la sociedad, por ejemplo el de rey, se decidiría por las cosas más grandes, por la paz o por la guerra, por dictar tal o cual ley, a causa de las mismas pasiones que hacen que se decida a dar una comida, más bien guiado por el consejo de un criado que por el de su mujer.
Las acciones de un protagonista no pueden, pues, ser consideradas en sí mismas, sino porque muestran el cara´cter de éste. Por lo tanto, no hay que desdeñar ninguna, por pequeña que sea (siempre que no caiga en lo rastrero), siempre que pueda pintar, con ingenuidad y franqueza, el carácter.
Este artículo expone las ideas de Miguel de Unamuno sobre la naturaleza social y relacional del yo, así como el parentesco intelectual entre esta noción del sujeto y otras teorías de la psicología social tales como el dramatismo.
Texto completo en SSRN:
7 Pages Posted:
Universidad de Zaragoza
Date Written: April 07, 2024
English abstract:
This is a paper on the social and
relational nature of the self as it is expounded in the works of Miguel
de Unamuno, and on the intellectual kinship of this view of the self
with dramatism and other theories in social psychology.
Keywords: Self, Subject, Social psychology, Miguel de Unamuno, Dramatism, Social relations, Sociality
Suggested Citation:
La teoría del yo relacional, que así la bauticé para uso propio observando ciertas propensiones de mi propia personalidad y ciertas patologías del comportamiento mío y de otros, vendría a consistir en lo siguiente (llevada a la caricatura extrema): no tenemos una personalidad propiamente dicha, sino un sistema de relaciones sociales que resultan en una apariencia de personalidad. Somos nuestras relaciones sociales; somos la gente con quienes nos relacionamos y la resultante de nuestras diversas relaciones con diversas personas, en diversas modalidades e intensidades, personas que a su vez son una ficción de personalidad y una resultante de sus relaciones con nosotros y con otras personas.
Que somos ligeramente distintos (o no ligeramente) con cada persona, en cada interacción concreta, es sólo una consecuencia obvia o inevitable de este estado de cosas. (Que somos cada uno todo un baile de máscaras podría ser otra manera algo caricaturesca de decirlo).
Es una teoría que puede formularse de maneras menos caricaturescas y ponerse en relación con otras teorías de la psicología social que me interesan especialmente, como el dramatismo de Goffman.
En fin, que lo del yo relacional no lo he inventado yo, aunque sí le puse este nombre; y pueden encontrarse abundantes ejemplos o intuiciones al respecto en la literatura, la científica, la acientífica y la mediopensionista. Hoy traemos a colación a Miguel de Unamuno, amante de la paradoja y de la psicología paradójica, que nos presenta en algunos artículos suyos penetrantes observaciones sobre la naturaleza relacional del yo (y del tú, hypocrite lecteur).
Ésta en concreto viene del principio de su muy recomendable artículo "El secreto en la vida":
Hace tiempo, mi más querido amigo, que el corazón me pedía que te escribiese. Ni él ni yo sabíamos sobre qué, pues no era sino un vehementísimo anhelo de hablar confidencialmente contigo y no con otro.
Muchas veces me has oído decir que, cada nuevo amigo que ganamos en la carrera de la vida, nos perfecciona y enriquece, más aún que por lo que de él mismo nos da, por lo que de nosotros mismos nos descubre. Hay en cada uno de nosotros cabos sueltos espirituales, , rincones del alma, escondrijos y recovecos de la conciencia que yacen inactivos e inertes, y acaso nos morimos sin que se nos muestren a nosotros mismos, a falta de las personas que mediante ellos comulguen en espíritu con nosotros y que merced a esta comunión nos lo revelen. Llevamos todos ideas y sentimientos potenciales que sólo pasarán de la potencia al acto si llega el que nos los despierte, cada cual lleva en sí un Lázaro que sólo necesita de un Cristo que lo resucite, y ¡ay de los pobres Lázaros que acaban bajo el sol su carrera de amores y dolores aparenciales sin haber topado con el Cristo que les diga: "Levántate"!
Y así como hay regiones de nuestro espíritu que más florecen y fructifican bajo la mirada de tal o cual espíritu que viene de la región eterna a que ellas en el tiempo pertenecen, así cuando esa mirada nos está por la ausencia velada, esas tierras la anhelan como anhela toda tierra el sol para arrojar plantas de flor y de fruto. Y los pegujares de mi espíritu, que dejaron de ser yermos cuando te conocí y me los fecundaste con tu palabra, esos pegujares están hace tiempo queriendo producir. Y he aquí por qué anhelaba escribirte, sin saber bien sobre qué. (Ensayos, 829-31)
Este
ensayo deriva hacia la importancia del secreto, de lo no dicho ni
reconocido, en la formación de la personalidad. Pero el secreto está en
cierto modo a la vista, pues constituye a la personalidad por limitación
externa y así viene a estar relacionado con esta cuestión del yo
relacional. Pues el meollo de lo secreto en la personalidad viene a ser,
al decir de Unamuno, el siguiente, que es un secreto casi a voces—una
dimensión un tanto expansionista o inquieta de nuestra personalidad por
crecer relacionalmente, por ser lo que no es todavía—a la vez que
paradójicamente se desea que esa expansión no nos cambie sino que nos
mantenga en lo que somos, de lo que hemos sido y aún somos, y que ya no
seríamos de llevarse a cabo esa expansión:
Y el secreto de la vida humana, el general, el secreto raíz de que todos los demás brotan, es el ansia de más vida, es el furioso e insaciable anhelo de ser todo lo demás sin dejar de ser nosotros mismos, de adueñarme del Universo entero sin que el Universo se adueñe de nosotros y nos absorba: es el deseo de ser otro sin dejar de ser yo, y seguir siendo yo siendo a la vez otro; es, en una palabra, el apetito de divinidad, el hambre de Dios. (841-42).
Por así decirlo, en lenguaje unamuniano o religioso. (Una amiga mía lo ponía en otro lenguaje, el del horóscopo, y me decía que estas cosas me pasaban a mí porque era géminis, y tenía así dos personalidades; pero de hecho vemos que sería la manifestación de un síndrome más general anejo a toda personalidad, no tanto el duplicarse sino el multiplicarse en infinitos agentes Smith, o más bien Smyth, Smythe, Schmitt, Shmidt, Schmidt, etc.).
Bien, se ve la relación de todo esto con el yo relacional, pero por aquí nos vamos del tema, y quiero volver a otra alusión que hace Unamuno al yo relacional a cuenta de otros fenómenos psicológicos o características de personalidad: el ser coherente consigo mismo, consecuente, firme, no cambiante, o el ser variable. En el ensayo "Sobre la consecuencia, la sinceridad", observa cómo no podemos tenerlo todo, si somos sinceros a veces seremos inconsecuentes. (Unamuno también reclamaba para sí, como los hippies, el derecho a la contradicción y a la incoherencia. O, como Whitman, el derecho a contener multitudes, al menos potenciales, como decíamos).
En fin, que los demás nos piden coherencia, y que el sujeto social fiable necesita ser coherente, o más bien los demás, "la sociedad", necesitan que él sea coherente, vamos, necesitan que sea él, porque si no, si empieza a actuar de modo incoherente, no saben a qué atenerse, y a ver a quién le vamos a pasar las facturas o los plazos de la hipoteca. Y así nos forjamos con los demás una persona, una personalidad coherente, un crédito social (y también comenta Unamuno la creciente importancia de vivir a crédito, en sentido económico y de economía personal....):
Vivimos de crédito, de autoridad y de confianza, y por eso pedimos consecuencia al prójimo: para que no nos engañe, es decir, para que no engañe la idea que de él tenemos. Queremos que el prójimo se mantenga fiel al concepto que de él nos hemos formado, y hasta que se haga esclavo de esta nuestra representación de él. Y he aquí por qué predicamos consecuencia.... en los demás. ("Sobre la consecuencia, la sinceridad", 344)
Obsérvese que la consecuencia queda inevitable y al menos parcialmente comprometida por la relacionalidad del yo, así como por su variabilidad caleidoscópica a la vez que pasa por distintas situaciones y relaciones a lo largo del tiempo. A ver quién es el majo que es plenamente coherente; pues ya se echa de ver que lo de plenamente hay que tomarlo cum grano salis.
Pasa Unamuno a hablar de la inconsecuencia que se da a veces en las ideas a la vez que se mantiene una consecuencia en la personalidad, un poco a la manera del Teatro del Tío Gabriel... o viceversa, ideas consecuentes o inflexibles que, imponiéndose a la realidad de las relaciones personales y de la vida cotidiana, distorsionan a la larga la personalidad.
Pero esto ya nos lleva a otros derroteros—por ejemplo nos lleva más directamente a más dramatismo, a más vida como teatro, y allí lo llevamos,
y aquí lo dejamos, pues sólo quería apuntar aquí cómo Unamuno participa
al menos a veces, o en parte, de mi teoría del yo relacional. O
participo yo de la suya.
Sigue una nota sobre algunas alusiones oscuras y cuestiones dudosas en Bingo, de Edward Bond. Se trata de una obra de teatro sobre los últimos días de Shakespeare, tras su retiro a Stratford. Nos presenta Bond la imagen inusual de un Shakespeare desorientado, escéptico, desengañado de la vida, de su obra y de su familia.
Texto completo en SSRN:
English abstract: This is a note on some obscure allusions and queries in Edward Bond's Bingo. This is a play on Shakespeare's last days, after his retirement to Stratford, showing an unusual portrait of Shakespeare as as skeptical and disoriented man, disillusioned with life, with his work and his family.
Un anillo en Bingo
Bingo, de Edward Bond, es una obra de teatro sobre los últimos días de Shakespeare, tras su retiro a Stratford. Nos presenta Bond la imagen de un Shakespeare desorientado, escéptico, desengañado de la vida, de su obra y de su familia.
Shakespeare es aquí una especie de alien desconectado de su entorno, disgustado por su quejosa e hipócrita hija Judith y por su esposa (que no aparece en escena), y sólo conectado con la humanidad a través de su (mínimo) interés en personajes marginales. Una vieja sirvienta que según Bond ocupa el lugar de su hija "buena", Susanna, a quien favoreció en su testamento a expensas de Judith y de su madre. Un viejo sirviente loco, su marido, un demente que disfruta de la vida sin embargo. Y la "amante" de éste, una chica vagabunda que primero es azotada y al final ahorcada por los prebostes y puritanos del lugar, más falsarios aún que Judith.
Y sin embargo Shakespeare se entiende con ellos en cuestiones de dinero e intereses—los apoya en el asunto de los campos comunales que quieren cerrar para apropiárselos. Aunque el representante de éstos, Combe, hombre fuerte de la localidad, manda azotar a la vagabunda, y luego ahorcarla, por puro sadismo, Shakespeare no se enfrenta a él—se atiene a su status de gentilhombre con posesiones, tratando entre caballeros. En cuestiones de dinero se mueve como un zombi, y esto le desconecta de sí mismo y le hace dudar del sentido de todo—Was anything done? es al final la frase que resume sus dudas de todo y su rechazo a sí mismo, y a las inconsistencias que lo atraviesan.
Uno de los motores de la
obra es la pregunta que se hace Bond, cómo una persona con sensibilidad
moral puede vivir en una sociedad brutalmente injusta y no volverse
loco. Se aplica, claro, a Shakespeare, o a Bond, o al público, y se
resume en la escena en que vemos a la vagabunda ahorcada y a
Shakespeare ante ella murmurando inconsistentemente sobre la belleza de
su rostro, un emblema de la inocencia siempre perseguida y maltratada,
siempre sometida a la crueldad y a los intereses más viles que triunfan
en el mundo.
Pero vamos al anillo. Aparece mencionado en el último parlamento
inconexo de Shakespeare (que se ha suicidado por envenenamiento, y yace
en el suelo mientras Judith busca frenética su testamento entre los
últimos espasmos del autor).
Los sentidos de la obra no están muy claros, quizá por el hecho
mismo de que al tomarse Bond libertades con la vida de Shakespeare
(suprime a Susanna y la cambia por la anciana) no sabemos muy bien el
alcance que puede querer dar a los elementos que sí conocemos, como por
ejemplo la alteración del testamento por el escándalo sexual que
precedió al matrimonio de Judith. (Otra cuestión, por cierto, que curiosamente no se menciona en la obra). Sobre este testamento, Shakespeare's Will, o Will's Will, ha
escrito Christopher Rush una novela fascinante y compleja, Will (2007),
estructurada en torno al documento en cuestión.
El anillo puede tener, por tanto, diversos sentidos, según nos atengamos o no a lo estrictamente dramatizado en Bingo. Por una parte, es el anillo que no está en el dedo de la mendiga; en otra vida podía haber sido la esposa de Shakespeare, en lugar de la esposa que tiene y que tanto aborrece—y en lugar de ser una víctima apaleada por los puritanos bienpensantes. Pero es también, tal vez, el anillo de gentilhombre que Shakespeare ha perdido, y que no sabe quién habrá encontrado. La mendiga quizá... También para Shakespeare el burgués es una ladrona, la mendiga, aunque vea en ella a la inocencia victimizada. Pero no, al pie del cadalso sólo hay una moneda; el anillo se ha perdido.
Quizá el anillo lleve sus
iniciales, WS; ese anillo no pudo utilizarlo Shakespeare para sellar el
testamento que modificó los últimos días de su vida: al parecer contaba con ello, pero no apareció el anillo. Según Rush (p. 462) se le cae el anillo a Shakespeare al quitarse los guantes para mear.
Quizá sea el anillo uno que, con esas
iniciales, se encontró junto al río en Stratford mucho más tarde, en el
siglo XIX. El Shakespeare de Bond lo buscaba en los dedos de la
mendiga, pero no iba a estar ahí, claro. Judith tampoco encuentra el
testamento modificado: "If he's made a new will his lawyer's got it", le dice a su
madre.
Sobre el anillo encontrado habla
Peter Ackroyd en su biografía de Shakespeare. En Bingo no reaparece. La última palabra de la
obra, palabra de Judith, es en cierto modo una respuesta a la pregunta
de Shakespeare, "was anything done":
Bibliografía sobre iNTERACCIÓN e INTERACCIONISMO SIMBÓLICO: https://bibliojagl.blogspot.com/2025/07/interaccion-interaccionismo-simbolico.html
(Or—a peek from the peak)
One of the passages in Daniel Dennett's From Bacteria to Bach and Back in which he comes really really close to cracking the code of reality—or perhaps closer to blowing your mind away into smithermemes... The passage in question is found in the chapter "Consciousness as an Evolved User-Illusion".
Its title is unpromising,
"How do human brains achieve 'global' comprehension using 'local' competences?"
... but the going gets really good with the epigraphs—especially when the epigraphs get glossed and riffed in the text itself. The trip goes from a bon mot to a reflexive hall of mirrors in the funhouse of your brain, so... brace your self for a dive ride into your own mind, and other minds as well:
Language was given to men so that they could conceal their thoughts.
—Charles-Maurice de Talleyrand
Language, like consciousness, only arises from the need, the necessity, of intercourse with others.
—Karl Marx
Consciousness generally has only been developed under the pressure of the necessity for communication.
—Friedrich Nietzsche
There is no General Leslie Groves to organize and command the termites in a termite colony, and there is no General Leslie Groves to organize and command the even more clueless neurons in a human brain. How can human comprehension be composed of the activities of unncomprehending neurons? In addition to all the free-floating rationales that explain our many structures, habits, and other features, there are the anchored reasons we represent to ourselves and others. These reasons are themselves things for us, denizens of our manifest image alongside the trees and clouds and doors and cups and voices and words and promises that make up our ontology. We can do things with these reasons—challenge, reframe, abandon, endorse, disavow them—and these often covert behaviors would not be in our repertoires if we hadn't downloaded all the apps of language into our necktops. In short, we can think about these reasons, good and bad, and this permits them to influence our overt behaviors in ways unknown in other organisms.
The piping plover's distraction display or broken-wing dance gives the fox a reason to alter its course and approach her, but not by getting it to trust her. She may modulate her thrashing to hold the fox's attention, but the control of this modulation does not require her to have more than a rudimentary "appreciation" of the fox's mental state. The fox, meanwhile, need have no more comprehension of just why it embarks on its quest instead of continuing to reconnoiter the are. We, likewise, can perform many quite adroit and retrospectively justifiable actions with only a vague conception of what we are up to, a conception often swiftly sharpened in hindsight by the self- attribution of reasons. It's this last step that is ours alone.
Our habits of self-justification (self-appreciation, self-exoneration, self-consolation, self-glorification, etc.) are ways of behaving (ways of thinking) that we acquire in the course of filling our heads with culture-borne memes, including, importantly, the habits of self-reproach and self-criticism. Thus we learn to plan ahead, to use the practice of reason-venturing and reason-criticizing to presolve some of life's problems, by talking them over with others and with ourselves. And not just talking them over—imagining them, trying out variations in our minds, and looking for flaws. We are not just Popperian but Gregorian creatures (see chapter 5), using thinking tools to design our own future acts. No other animal does that.
Our ability to do this kind of thinking is not accomplished by any dedicated brain structure not found in other animals. There is no "explainer-nucleus" for instance. Our thinking is enabled by the installation of a virtual machine made of virtual machines made of virtual machines. The goal of delineating and explaning this stack of competences via bottom-up neuroscience alone (without the help of cognitive neuroscience) is as remote as the goal of delineating and explaining the collection of apps on your smartphone by a bottom-up deciphering of its hardware circuit design and the bit-strings in memory without taking a peek at the user interface. The user interface of an app exists in order to make the competence accessible to users—people—who can't know, and don't need to know, the intricate details of how it works. The user-illusions of all the apps stored in our brains exist for the same reason: they make our competences (somewhat) accessible to users—other people— who can't know, and don't need to know, the intricate details. And then we get to use them ourselves, under roughly the same conditions, as guests in our own brains.
There might be some other evolutionary path—genetic, not cultural—to a somewhat similar user-illusion in other animals, but I have not been able to conceive of one in convincing detail, and according to the arguments advanced by the ethologist and roboticist David McFarland (1989), "Communication is the only behavior that requires an organism to self-monitor its own control system." Organisms can very effectively control themselves by a collection of competing but "myopic" task controllers, each activated by a condition (hunger or some other need, sensed opportunity, built-in priority ranking, and so on). When a controller's condition outweighs the conditions of the currently active task controller, it interrupts it and takes charge temporarily. (The "pandemonium model" by Oliver Selfridge [1959] is the ancestor of many later models). Goals are represented only tacitly, in the feedback loops that guide each task controller, but without any global or higher level representation. Evolution will tend to optimize the interrupt dynamics of these modules, and nobody's the wiser. That is, there doesn't have to be anybody home to be wiser!
Communication, McFarland claims, is the behavioral innovation which changes all that. Communication requires a central clearing house of sorts in order to buffer the organism from revealing too much about its current state to competitive organisms. As Dawkins and Krebs (1978) showed, in order to understand the evolution of communication we need to see it as grounded in manipulation rather than as purely cooperative behavior. An organisms that has no poker face, that "communicates state" directly to all hearers, is a sitting duck, and will soon be extinct (von Neumann and Morgenstern 1944). What must evolve to prevent this exposure is a private, proprietary communication-control buffer that creates opportunities for guided deception—and, coincidentally, opportunities for self-deception (Trivers 1985)—by creating, for the first time in the evolution of nervous systems, explicit and more globally accessible representations of its current state, representations that are detachable from the tasks they represent, so that deceptive behaviours can be formulated and controlled without interfering with the control of other behaviors.
It is important to realize that by communication, McFarland does not mean specifically linguistic communication (which is ours alone) but strategic communication,
which opens the crucial space between one's actual goals and intentions
and the goals and intentions one attempts to communicate to an
audience. There is no doubt that many species are genetically equipped
with relatively simple communication behaviors (Hauser 1996), such as
stotting, alarm calls, and territorial markings and defense.
Stereotypical deception, such as bluffing in an aggressive encounter, is
common, but a more productive and versatile talent for deception
requires MaFarland's private workspace. For a century and more
philosophers have stressed the "privacy" of our inner thoughts, but
seldom have they bothered to ask which this is such a good design
feature. (An occupational blindness of many philosophers: taking the
manifest image as simply given and never asking what it might have been given to us for).
Una tesis doctoral en la que se me cita. O se me citaba, en el año de gracia de 2011:
Rodríguez Martín, Gustavo Adolfo. "Modificación estilística de las unidades fraseológicas en la obra dramática de George Bernard Shaw." Dir. José Luis Oncina Martínez. Ph.D. diss. U de Extremadura, Facultad de Filosofía y Letras, Departamento de Filología Inglesa, 2011. Online at Academia.*
https://www.academia.edu/130256675/
2025
Sobre el éxito y las conmemoraciones, la fama, la moda y la envidia mimética, los espectáculos y celebridades, la admiración y la vanidad, en The Task, de William Cowper:
Man praises man. Desert in arts or arms
Wins public honour; and ten thousand sit
Patiently present at a sacred song,
Commemoration-mad; content to hear
(O wonderful effect of music's power!)
Messiah's eulogy for Handel's sake.
But less, methinks than sacrilege might serve—
(For, was it less, what heathen would have dared
To strip Jove's statue of his oaken wreath,
And hang it up in honour of a man?)
Much less might serve, when all that we design
Is but to gratify an itching ear,
And give the day to a musician's praise.
Remember Handel! Who, that was not born
Deaf as the dead to harmony, forgets,
Or can, the more than Homer of his age?
Yes—we remember him: and, while we praise
A talent so divine, remember too
That His most holy book, from whom it came,
Was never meant, was never used before,
To buckram out the mem'ry of a man,
But hush!—the muse perhaps is too severe;
And with a gravity beyond the size
And measure of the offence, rebukes a deed
Less impious than absurd, and owing more
To want of judgment than to wrong design.
So in the chapel of old Ely house,
When wandering Charles, who meant to be the third,
Had fled from William, and the news was fresh,
The simple clerk, but loyal, did announce,
And eke did rear right merrily, two staves,
Sung to the praise and glory of King George!
—Man praises man: and Garrick's memory next,
When time hath somewhat mellow'd it, and made
The idol of our worship while he lived
The God of our idolatry once more,
Shall have its altar; and the world shall go
In pilgrimage to bow before his shrine.
The theatre too small shall suffocate
Its squeezed contents, and more than it admits
Shall sigh at their exclusion, and return
Ungratified: for there some noble lord
Shall stuff his shoulders with king Richard's bunch,
Or wrap himself in Hamlet's inky cloak,
And strut, and storm, and straddle, stamp and stare,
To shew the world how Garrick did not act.
For Garrick was a worshipper himself;
He drew the liturgy, and framed the rites
And solemn ceremonial of the day,
And call'd the world to worship on the banks
Of Avon, famed in song. Ah, pleasant proof
That piety has still in human hearts
Some place, a spark or two not yet extinct.
The mulberry-tree was hung with blooming wreaths;
The mulberry-tree stood centre of the dance;
The mulberry-tree was hymn'd with dulcet airs;
And from his touchwood trunk the mulberry-tree
Supplied such relics as devotion holds
Still sacred, and preserves with pious care.
So 'twas a hallow'd time; decorum reign'd,
And mirth without offence. No few return'd,
Doubtless, much edified, and all refresh'd,—
Man praises man. The rabble all alive
From tippling benches, cellars, stalls, and sties,
Swarm in the streets. The statesman of the day,
A pompous and slow-moving pageant, comes.
Some shout him, and some hang upon his car,
To gaze in's eyes, and bless him. Maidens wave
Their kerchiefs, and old women weep for joy:
While others, not so satisfied, unhorse
The gilded equipage, and, turning loose
His steeds, usurp a place they well deserve,
Why? What has charm's them? Hath he saved the state?
No. Doth he purpose its salvation? No.
Enchanting novelty, that moon at full,
That finds out every crevice of the head
That is not sound and perfect, hath in theirs
Wrought this disturbance. But the wane is near,
And his own cattle must suffice him soon.
Thus idly do we waste the breath of praise,
And dedicate a tribute, in its use
And just direction sacred, to a thing
Doom'd to the dust, or lodged already there.
Encomium in old times was poets' work;
But poets having lavishly long since
Exhausted all materials of the art,
The task now falls into the public hand;
And I, contented with an humbler theme,
Have pour'd my stream of panegyric down
The vale of Nature, where it creeps, and winds
Among her lovely works with a secure
And unambitious course, reflecting clear,
If not the virtues, yet the worth, of brutes.
And I am recompensed, and deem the toils
Of poetry not lost, if verse of mine
May stand between an animal and woe,
And teach one tyrant pity for his drudge.
A Ivo le gustan mucho los modelitos a escala de edificios para la promoción de urbanizaciones, sobre todo si tienen figuritas y coches. Hoy hemos descubierto uno en el que aparece él, talmente, cruzando un paso de peatones de la mano de una oronda señora, y le ha entusiasmado verse a través del cristal, miniaturizado:
- Papá, ¿cómo saben que exixto?
Pregunta muy razonable; pero lo hemos oído mal, y hemos pensado que Ivo decía "cómo sabes que exixto", y que ya filosofaba. Álvaro ha contraatacado con una hipótesis extraída de las Meditaciones Metafísicas-cum-Manual de Forestales Juveniles al uso de su generación, a saber, la Guía para la Vida de Bart Simpson:
- Es cierto, ¿cómo podemos estar seguros de que no estamos soñando todo esto, y que en realidad no somos un cerebro en un frasco de algún científico loco?
En efecto, Álvaro, nunca descartes esa posibilidad. A René le asaltó la duda del Genio Maligno siendo uno de los cerebros privilegiados de Europa —su razonamiento subsiguiente refutándolo se quedó un poco cojito, porque poniendo a Dios en el lugar del genio maligno no solucionamos gran cosa. En mi generación se pasaba esta crisis existencial cuando se te juntaban la adolescencia, el estudio de la metafísica, y la desconfianza hacia la Divinidad. Y ahora ya les llega a los niños la problemática trascendentalmente reducida o condensada a través de los Simpson, en forma de parodia de cine serie B. Yo me quedo con la duda de si el ver su propio cloncillo en miniatura le ha inducido a Ivo una meditación transcendental, y le vuelvo a preguntar:
- Oye, Ivo, ¿cómo sabes que existes?
- ¡Es cierto! ¿Por qué ahí exixtía?
Está visto que nuestra sustancia existente la construimos sobre la base de las imágenes que nos representan - (Aquí René Descartes, George Berkeley, Oscar Wilde, Jacques Lacan, Miguel Bosé y Bart Simpson, cantando en sexteto a capella:) "La vida es sólo fantasía...."
Bibliografía sobre FICCIONES Y FICCIONALIDAD https://bibliojagl.blogspot.com/2025/07/ficciones-y-ficcionalidad.html