Un importante principio de organización social y del comportamiento humano, según la Teoría de la Clase Ociosa de Veblen, es el de la ostentación de la inutilidad,
o el principio del derroche ostentoso. Para pertenecer a la clase
ociosa, o simular que pertenecemos a ella, hay que lucir capacidad de
gasto inútil, y demostrar que no trabajamos en nada productivo:
Abstenerse de trabajar no es sólo
un acto honorífico o meritorio, sino que ha llegado a ser un requisito
de la decencia. La insistencia en la propiedad como base del prestigio
es muy espontánea e imperiosa durante los primeros estadios de la
acumulación de riqueza. Abstenerse de trabajar es la prueba
convencional de que se es rico y, por lo tanto, la señal convencional
de que se ocupa una buena posición social; y esta insistencia en lo
meritorio de la riqueza lleva a una más vigorosa insistencia en la
ociosidad. Nota notae est nota res ipsius. Según
las bien establecidas leyes de la naturaleza humana, la prescripción se
apodera ahora de esta prueba convencional de riqueza y la fija en los
hábitos mentales de los hombres como algo sustancialmente meritorio y
ennoblecedor en sí mismo, mientras que el trabajo productivo, en virtud
de un proceso semejante, se hace intrínsecamente indigno. La
prescripción acaba por hacer del trabajo, no sólo algo vergonzoso a
ojos de la comunidad, sino también moralmente imposible para el hombre
noble y libre, e incompatible con una vida digna.
(...)
Con excepción del instinto de
autoconservación, la tendencia a la emulación es probablemente el más
fuerte, más despierto y más persistente de los motivos económicos
propiamente dichos. En una comunidad industrial, esta tendencia a la
emulación se expresa en una emulación pecuniaria; y esto, por lo que se
refiere a las comunidades civilizadas de Occidente, es virtualmente lo
mismo que decir que se expresa en alguna forma de derroche ostentoso.
(...)
Bajo la selectiva vigilancia de la ley del derroche ostentoso, va creciendo un código de normas acreditadas de consumo, cuyo efecto es obligar al consumidor a mantener una norma de gasto y de despilfarro en su consumo de bienes y en su empleo de tiempo y esfuerzo. Este crecimiento del uso prescriptivo tiene un efecto inmediato en la vida económica, pero también tiene un efecto indirecto y más remoto en otras facetas de la conducta. Hábitos de pensamiento con respecto a la expresión de la vida en una dirección dada, afectan inevitablemente la visión habitual de lo que también es bueno y justo en otras direcciones. En el complejo orgánico de hábitos de pensamiento que constituyen la sustancia de la vida consciente de un individuo, el interés económico no permanece aislado e independiente de todos los demás intereses. Algo se ha dicho ya, por ejemplo, de su relación con las normas que regulan la buena reputación.
El principio del derroche ostentoso guía la formación de hábitos de pensamiento en lo tocante a lo que es honesto y prestigioso en la vida y en las propiedades. Al hacerlo así, este principio negará otras normas de conducta que primariamente nada tienen que ver con el código del honor pecuniario, pero que poseen, bien directa, bien incidentalmente, un significado económico de cierta magnitud. Así, el canon del derroche ostensible puede, inmediata o remotamente, influir en el sentido del deber, en el sentido de la belleza, en el sentido de la utilidad, en el sentido de la corrección devocional o ritual, y en el sentido científico de la verdad.
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