Retropost, 2013: 
Últimamente
 le he perdido la fe, o las ganas, que fe no sé si nunca he tenido 
mucha, a hacer reseñas de cine ni comentarios de las películas que veo. 
Las dejo estar en sus propios términos, y a correr. Pero haré una 
pequeña observación sobre un efecto cinematográfico en Amour, de Haneke. Aquí una reseña para
 quien no sepa de qué va. En sustancia, va de un tema desagradable, la 
vejez y el fin de la vida, el momento en que se descompone la vida 
cotidiana y la serie de rutinas que la sostienen, y se entra en la 
cuarta edad, la antesala de la muerte, y lo que pasa allí. Ya sabía al 
ir a verla que es un poco meterse en una experiencia molesta por no 
decir dura, algo así como un viaje al futuro que nos espera a todos 
dentro de veinte, treinta, cuarenta años, yo qué sé. Tan recomendable es
 ahorrarse el viaje como hacerlo—igual que tan recomendable es ahorrarse
 la vejez como hacerla, aquello de "muere joven y deja un cadáver 
bonito", aunque cadáveres bonitos he visto pocos. Bien, en sustancia, 
una pareja de ancianos cultos, antiguos músicos, Anna y Georges, se ven 
sorprendidos por un derrame cerebral que primero le causa alguna 
ausencia a Anna, y luego la deja semiparalizada, y pronto totalmente 
paralizada y desconocida, sin poder apenas comunicarse excepto para 
decir "duele, duele, duele". Georges la cuida pacientemente durante 
varios meses, aislándose de médicos y de hospitales y de su hija que 
hace como que se preocupa por ellos, y está más interesada en la casa al
 parecer. Al final, en medio de una de las pacientes conversaciones con 
Anna, que ya casi son monólogos, y sin previo aviso, Georges de repente 
la asfixia con una almohada, al estilo Desdémona. Aunque claro, es una 
eutanasia piadosa (y favorablemente evaluada por el sistema de valores 
de la película). Anna se debate mínimamente pero muere según previsto. 
Luego Georges sella la habitación con cinta aislante, dejándola vestida 
de luto en la cama. Y sigue una escena que rememora las ausencias 
amnésicas de Anna antes en la película, cuando no se acuerda de cosas 
que acaban de pasar en la cocina con su marido. Ahora es Georges el que 
se despierta, al día siguiente de matar a Anna, y descubre para sorpresa
 suya que está ella fregando en la cocina y que van a salir... 
seguramente a un concierto como el que veían al principio de la 
película. Georges reacciona estupefacto, y la sigue, "Ponte el abrigo", 
le dice ella, y él sale con el abrigo y poco menos que el pijama 
debajo... seguramente a perderse como un clochard en París, aunque esta 
parte de la película se presta a más interpretaciones supongo.  Una 
última escena nos muestra a la hija, Isabelle Huppert, paseándose días 
después por el piso, ahora vacío por fin. Toda la película ha tenido 
lugar en el piso, en plan claustrofóbico; una escena simbolizante 
muestra una paloma que se colaba en el piso y que Georges capturaba y 
luego liberaba, analogía de su esposa. "Tampoco fue tan difícil", dice 
sobre la captura de la paloma. La película comenzaba con la policía 
entrando a la fuerza en la casa, y descubriendo el cadáver de Anna. No 
quería ir a hospitales Anna, y supongo que a tanatorios tampoco tenía 
gran interés (yo tampoco); le hizo prometer a su marido que no la 
llevaría a un hospital, promesa que él no hizo pero que cumplió (de ahí 
el amor del
 título, y de otras cosas). El asunto cinematográfico que quería 
comentar, más allá de las escenas alzheimer-subjetivas del final, que 
son las únicas que escapan al estricto realismo estilo documental, es el
 siguiente. El siguiente asunto. Tras la escena inicial de la policía, 
toda la película hasta la escena final de Huppert es un extenso 
flashback, que narra la enfermedad y muerte de Anna. El flashback 
comienza en el final de un concierto al que asisten Georges y Anna, 
perdidos en el público los descubrimos (quienes vayan avisados como yo).
 Es una larga escena que muestra el momento de los aplausos, larga para 
como son las cosas en el cine, el efecto es suficiente para que te dé la
 impresión de que te has equivocado de película y has ido a parar a una 
proyección de Infinite Jest de David Foster Wallace, o más exactamente de The Joke: Se recomienda encarecidamente que no afloje Vd. dinero para ver esta película, dirigida por J. O. Incandenza. Una
 proyección del público filmado de frente, aplaudiendo (de sala de 
conciertos en la película, de cine el que miramos). Como dos 
espectáculos enfrentados uno a otro, el público aplaudiendo al público 
que lo mira un tanto molesto de que le muestren tanto público. Esa 
escena nos sitúa en tanto que habitantes potenciales del mundo de la 
pantalla. Somos como ellos, burgueses moderadamente cultos que van a 
espectáculos culturales—aunque pronto perderemos gradualmente el interés
 en la cultura; es amarga la visita a casa que les hace el concertista 
más adelante. Y otra cosa más: al cine se va frecuentemente en pareja, 
incluso a ver las de Haneke, a pasar un rato agradable. A las de Haneke,
 parejas cultas de cierta edad, no digo que tan mayores como la pareja 
que protagoniza Amor. Con
 nuestra pareja se nos ve en conciertos y películas, y con nuestra 
pareja se nos ve entre bambalinas después del espectáculo público; eso 
es lo que sucede al volver a casa, donde transcurre la totalidad de esta
 película; la vida cotidiana sin gracia ni misterio, hasta que se 
descompone el orden de sus rutinas y rituales. Y entonces nos espera la 
aventura última con nuestra pareja, porque es nuestra pareja (cuando la 
hay), y si no nuestra familia, quien nos acompaña hasta el último 
hospital, cuando nos llevan allí; en este caso no. Y a veces, cada vez 
más (es un drama occidental típico de hoy) es nuestra pareja la que 
tiene que decidir cuándo matarnos, por ahorrarnos el sufrimiento, si la 
película dura demasiado.  El acierto de Haneke es mostrarles a las 
parejas que van al cine este pedazo de su vida futura, si no real, que 
aún no ha sucedido nada, y estamos yendo al cine y a conciertos, sí 
potencial. No es que vayamos a tirar de almohada todos, ni siquiera 
muchos, pero a muchos de los que están sentados lado a lado viendo el 
espectáculo les va a tocar decidir sobre la vida y la muerte de su 
vecino de asiento. Cuándo desenchufarnos. Y
 ése es un pensamiento duro para las parejas y para las familias; es 
parte de la letra pequeña del contrato matrimonial, tan pequeña que 
preferimos no leerla, o no nos llega la vista sin más, porque ya 
empezamos a tener la vista cansada.
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