viernes, 14 de agosto de 2020

La motivación ostentatoria

(De Rafael Sánchez Ferlosio, "El poder del fusil", en Ensayos 3: Babel contra Babel, p. 167-68).
 

Pero la competencia, inesperadamente suscitada por la presente discusión, entre las relaciones directas de dominación y las de producción remite el atestado, en su sustancia teórica, a una polémica clásica del marxismo: la que tuvo su expresión más explícita en el Anti-Dühring de Engels. Miactitud al respecto, frente a Engels, siempre fue, y sigue siendo, de lo más desconfiada: nunca he podido sustraerme a la impresión de que Engels partió lanza en ristre contra Dühring llevando ya en el arzón la petitio principii de la necesaria racionalidad económica del todo, con arreglo a la cual necesitaba que las relaciones de dominación no quedasen atrás como un negro grumo de irracionaidad, irreductible a la instancia axial de la racionalidad económica del proceso histórico. Así, de sus invectivas contra Dühring parece trascender, más que un genuino deseo de explicación racional, una voluntad de racionalización, en el sentido psicoanalítico de racionalización falaz, forzada por las exigencias teóricas del sistema. La duda viene no sólo de que lo inconmensurablemente gratuito y tenebroso de muchas hazañas de la dominación emite por sí mismo una invencible repugnancia a verse sometido a las más sólidas y teocráticas razones que intentan reducir esas hazañas a episodios de un mundo providente; la duda viene también de ciertos rasgos concretos de la dominación que parecen invertir el orden de prioridad establecido por el Anti-Dühring. Por no poner más que un ejemplo, a las frases —a las que, por lo burdamente directas, no se les hace injusticia al sacarlas de contexto— en las que dice: 'El ejemplo pueril inventado expresamente por el señor Dühring para probar que la violencia es el factor históricamente fundamental demuestra en realidad que la violencia no es más que el medio, y que el fin es, en cambio, el provecho económico. Y del mismo modo que el fin es más fundamental que los medios utilizados para lograrlo, en la historia es más fundamental el aspecto económico de las relaciones que el político' (hasta aquí Engels); a estas frases digo, se les puede replicar con el agudo análisis de Veblen sobre la motivación ostentatoria y emulativa en los orígenes de la riqueza. Con arreglo a ese análisis, semejante función de la riqueza, junto con sus criterios de valor, tiene su ancestro en el trofeo, esto es, en la riqueza adquirida por depredación en una acción guerrera. Pero si el trofeo en cuanto tal es tenido por valioso, si suscita la envidia hacia el que lo posee, no lo es por su posible precio inerte, sino por ser testimonio fehaciente de la hazaña violenta que llevó a su adquisición. Aquí la violencia aparece como un componente previo y necesario a la riqueza, como su condición de posibilidad, como aquello que crea de la nada su valor, no como medio para adquirir algo que fuera ya valioso por sí mismo y al margen de cualesquiera circunstancias que concurriesen en su apropiación. La apropiación violenta es, por tanto, creadora de valor. ¿Quién dice que las joyas, los metales preciosos, los primores artesanos y aun el propio despliegue paulatino del perfeccionamiento artesanal, no sólo en el ornato y en la gala, sin o también en los objetos de uso cotidiano, no tengan por contenido originario ese valor creado por la sola violencia en cuanto tal? Sea de ello lo que fuere, hablar de la violencia como medio tan unívoca y tan directamente como lo hace Engels es, desde luego, despacharla de un modo tan pedestre como inadmisible.




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