jueves, 1 de julio de 2021

Don Quijote, espectador de Lope de Vega

 En el capítulo XXVII del Segundo Tomo del Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, de Alonso Fernández de Avellaneda. Don Quijote se encuentra con unos cómicos o "representantes" que le invitan a ver una comedia de Lope de Vega. Como se ve, es éste un preludio de las aventuras del Don Quijote de Cervantes en la Aljafería:


XXVII- Donde se prosiguen los sucesos de don Quijote con los representantes

Admirados quedaron en sumo grado los comediantes de ver el estraño género de locura de don Quijote y los disparates que ensartaba; pero Sancho, que había estado escuchando detrás del autor todo lo que su amo había dicho, le dijo:

-Pues, señor Desamorado, ¿cómo va? Acá estamos todos por la gracia de Dios.

-¡Oh, Sancho! -dijo don Quijote-, ¿qué haces? ¿Hate hecho algún mal este nuestro enemigo?

-Ninguno -respondió Sancho-, si bien es verdad que me he visto ya casi con un asador en el rabo, en que quería este señor moro asarme para comerme. Pero hame perdonado por ver me he tornado moro.

-¿Qué dices, Sancho? -dijo don Quijote-. ¿Moro te has tornado? ¿Es posible que tan grande necedad has hecho?

-Pues pesie a las barbas del sacristán del Argamesilla -respondió Sancho-, ¿no fuera peor que me comiera y que después no pudiera ser moro ni cristiano? Calle, que yo me entiendo; escapemos una vez de aquí, que luego después verá lo que pasa.

Entonces el autor, apiadándose de las congojas y trasudores en que vía a don Quijote, cansados ya de reír los estudiantes, Bárbara y toda la compañía, dijo:

-Ahora, sus, señor caballero, no es ya tiempo de más disimular, ni de traer encubierto lo que es razón que se descubra. Y así, habéis de saber, señor don Quijote, que yo no soy el sabio vuestro contrario de ninguna manera; antes, soy un grande y fiel amigo vuestro, y cual tal siempre y en todas partes he mirado y miro por vuestros negocios mejor que vos propio; y agora, por probar vuestra prudencia y sufrimiento, he hecho todo lo que habéis visto. Por tanto, déjenle todos luego, y huelgue y repose en este mi castillo todo el tiempo que le pareciere; que para tales príncipes y caballeros como él le tengo yo aparejado; y dadme, ¡oh famosísimo caballero andante!, un abrazo, que aquí estoy para serviros y no para haceros daño alguno, como pensastes. Y advertid que el venir aquí vos y la gran reina Zenobia ha sido todo guiado por mi gran saber, porque os importa infinito a vos y a vuestros servidores lleguéis a la gran Corte del rey católico, en la cual os aguardan por momentos un millón de príncipes, y de do habéis de salir con grande aplauso y vitoria.

Soltáronle en eso los mozos, y el autor le abrazó, y con él sus compañeros hicieron lo mismo. Cuando don Quijote se vio suelto, asombrado de cómo él le tenía por nigromántico y lo que le había dicho, teniéndolo todo por verdad, se levantó y, abiertos los brazos, se fue para él diciendo:

-Ya yo me maravillaba, ¡oh sabio amigo!, que en tan grande trabajo y tribulación como la en que agora me había puesto dejásedes de favorecerme con vuestra prudentísima persona y eficaces ardides. Dadme esos brazos y tomad os míos, desmembradores de robustos gigantes y verdugos expertos de enemigos vuestros y míos.

Con esto, todos le volvieron a abrazar con nuevas muestras de alegría; y, llegándose la mujer del autor a ver el rostro de aquel loco, a quien todos abrazaban, le dijo, considerada su ridícula figura:

-Señor caballero, yo soy hija de aqueste grande sabio su amigo; mire vuesa merced que si algún tiempo hubiere menester su favor, o si algún gigante o mago me llevare encantada, que no deje de favorecerme en todo caso; que aquí mi padre se lo pagará.

-Y aun -dijo otra de los representantes, que estaba aparte riendo- le dejará entrar de balde en la comedia con sólo medio real que le ponga en la mano.

Respondió don Quijote:

-No es menester, soberana señora, encargarme a mí lo que a vuestro servicio toca, teniendo yo tantas obligaciones a vuestro sabio padre; pero creedme que, aunque todo el universo se conjurase contra vuestra beldad y todos cuantos sabios y magos nacen en Egipto viniesen a España para tocaros en un solo pelo de la cabeza, que yo solo, dejado aparte el gran poder de vuestro padre, bastaría no sólo para defenderos y sacaros a pesar suyo de sus manos, sino para poner en las vuestras sus alevosas y falsas cabezas.

En esto, le llamó el autor, diciendo:

-Señor caballero, ya la cena está aparejada y las mesas puestas; y así, vuesa merced se sirva de venírnosla a honrar en compañía mía y destos señores, porque después tenemos que hacer un negocio de importancia.

Esto dijo porque pensaban ensayar, en cenando, una comedia que habían estudiado para Alcalá y la Corte. Estaba Sancho maravillado de ver a su amo libre de aquella prisión, y tan alegre, que, llegándose al autor le dijo:

-¡Ah, señor sabio!, esto de tornarme yo moro, ya que su merced nos ha dado a conocer su valor, ¿ha de pasar adelante? Porque en Dios y en mi conciencia me parece que no lo puedo ser de ninguna manera.

Respondióle el autor, diciendo:

-¿Pues por qué no lo podéis ser?

-Porque quebrantaré -dijo él- cada día la ley de Mahoma, que manda no comer tocino ni beber vino; y soy tan bellaco guardador deso, que, en viéndolo a mano, no dejaré de comer y beber dello si me aspan.

A esto, respondió un clérigo, que acaso se halló en la venta:

-Si vuesa merced, señor Sancho, ha prometido a este sabio mago volverse moro, no se le dé nada de la promesa, pues yo, en virtud de la bula de composición, le absuelvo así della como de lo hecho; y lo puedo hacer en su virtud, con sólo darle de penitencia que no coma ni beba en tres días enteros. Y advierta que, con sólo cumplir esta leve penitencia, se quedará tan cristiano como antes se estaba.

-Eso, señor licenciado, no me lo mande -respondió Sancho-, pues no digo tres días, pero aun tres horas no me atrevería a cumplir esa penitencia, aunque supiese que me habían de quemar, no haciéndolo. Lo que vuesa merced me puede recetar, si le parece, es que no duerma con los ojos abiertos, ni beba los dientes cerrados, ni traiga el sayo bajo la camisa, ni haga mis necesidades atacado. Estas cosas, aunque tienen su dificultad, yo le doy palabra de cumplillas en Dios y mi conciencia.

Llegaron tras estas razones a sentarse a cenar a la mesa; y, antes de hacello, estando todos alrededor della en pie y quitados los sombreros, comenzó el clérigo a echar la bendición en latín, y comenzaron a cenar. Y dijo el autor:

-Sepan vuesas mercedes, señores, que la causa porque Sancho no se quitó la caperuza a la bendición es porque aun le han quedado las reliquias de cuando era moro, si bien es verdad que aún está por retajar y circuncidar; pero he dilatado el hacello, por lo que, lleno de lágrimas, me rogó denantes: que le retajase, si era forzoso hacello de la caperuza; y no de la parte en que de ordinario se ejecuta la circuncisión, por ser ésa la de que su mujer estaba más celosa y de quien le pedía más cuenta.

Y, tras esto, fue contando todo lo que con él le había sucedido; y, acabando de hacello con la cena, levantados ya los manteles, prosiguió volviéndose a don Quijote y diciéndole cómo, para hacerle fiesta en aquel su castillo, había mandado hacer una comedia, en la cual entraba también él y la que le dijo que era su hija. Don Quijote se lo agradeció con mucho comedimiento; y, sentándose en el patio de la venta en compañía de Bárbara, del clérigo, de los dos estudiantes y de Sancho y de los de la posada, comenzaron a ensayar la grave comedia del Testimonio vengado, del insigne Lope de Vega Carpio, en la cual un hijo levantó un testimonio a la reina, su madre, en ausencia del rey, de que acomete adulterio con cierto criado, instigado del demonio y agraviado de que le negase un caballo cordobés, en cierta ocasión, de su gusto, guardando en negarle el orden expreso que el rey, su esposo, le había dado.

Llegando, pues, la comedia a este paso, cuando don Quijote vio a la mujer del autor, a quien él tenía por su hija, tan afligida, por hacer el personaje de la reina a quien se levantaba el testimonio, y por otra parte advirtió que no había quien defendiese su causa, se levantó con una repentina cólera, diciendo:

-Esto es una grandísima maldad, traición y alevosía, que contra Dios y toda ley se hace a la inocentísima y castísima señora reina; y aquel caballero que tal testimonio le levanta es traidor, fementido y alevoso, y por tal le desafío y reto luego aquí a singular batalla, sin otras armas más de las con que ahora me hallo, que son sola espada.

Y, diciendo esto, metió mano con increíble furia y comenzó a llamar al que levantaba el testimonio, que era un buen representante, el cual, riéndose con todos los demás de la necia cólera de don Quijote, se puso en medio con su espada desnuda, diciéndole que aceptaba la batalla para la Corte, delante de Su Majestad con solos veinte días de plazo. Y, mirando si hallaba alguna cosa por allí que dalle en gaje, vio arrimada a un poste de la venta una albarda y, sobre ella, un ataharre, y, tomándole medio riendo, se le arrojó diciendo:

-Alzad, caballero cobarde, esa mi rica y preciada liga, en gaje y señal de que sea nuestra batalla delante Su Majestad para el tiempo que tengo dicho.

Don Quijote se abajó y la tomó en la mano; y, como vio que del hacello se reían todos, dijo:

-No es de valientes caballeros ni de sabios y discretos príncipes reírse de que un traidor y alevoso como éste tenga ánimo para hacer batalla conmigo; antes habían de llorar, viendo a la señora reina tan afligida, aunque su ventura ha sido no poca en haberme hallado yo presente en tal trance para que semejante traición no pase adelante.

Y, volviendo la cabeza, dijo a Sancho:

-¡Oh mi fiel escudero!, toma esta preciada liga del hijo del rey y métela en nuestra maleta hasta de hoy en veinte días, que tengo de matar a este alevoso príncipe que tal testimonio ha levantado a mi señora la reina. 

 

(...)

 

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