martes, 27 de julio de 2021

Eisenhower y la moral ecuménica

 En este ensayo recogido en Babel contra Babel, Sánchez Ferlosio reflexiona sobre el rechazo moderno, ejemplificado en Eisenhower, a la guerra como ceremonia, ritual dramatístico o convención regida por la cortesía, en favor de algo más puramente "racional"—la guerra total:


Dwight Eisenhower representa de manera ejemplar la máscara ideológica exigida por la conciencia moderna, donde la justificación prefigurada, aunque nunca madurada, por la ilustración cristiana confesional  llega a cumplirse bajo las formas laicas de racionalización y moralización indistintamente liberales o marxistas. (Por cuenta del marxismo, es nada menos que un texto canónico de sus Escrituras, el Anti-Dühring, el que fija y declara de una vez por todas el dogma de la racionalidad instrumental de la guerra, frente a opiniones que trataban de sospecharle y descubrirle orígenes y motivaciones más gratuitos y oscuros. El pobre Dühring, con toda su torpeza de expresión, era mucho más honesto, más valiente, más agudo y más certero en sus suspicacias que ese necio arrogante y olímpico de Engels en el profundo y miserable conformismo de su réplica.) Cuando a Eisenhower se le sugirió que, siguiendo un uso tradicional de cortesía militar, aceptase la visita del general alemán Von Arnim, que pasaba, prisionero, por Argel, rechazó horrorizado semejante idea, como una pervivencia de barbarie. Aceptar una visita así, aun como un simple protocolo caballeresco, significaba poner, siquiera formalemnte, entre paréntesis la enemistad y, por tanto, reconocer implícitamente un plano de relación humana que quedaba fuera, por encima y a salvo del alcance de la guerra misma; un plano que, dejando en suspenso las razones de ésta, se hacía virtualmente superior a ellas y, consiguientemente, las relativizaba. Y ésta era justamente la representación que el puritano sentimiento moral de Eisenhower no podía ni por un solo instante soportar; la posibilidad, ni aun como piadosa ficción ceremonial, de algún estrato humano, de la índole que fuere, que estuviese por encima de la Causa por la que combatía. 

La simple suposición de un plano superior en que la hostilidad quede en suspenso y los antagonistas se puedan dar la mano proyecta sobre el plano dejado por debajo, el de la guerra, la indeseable imagen de la competición lúdica, del deporte, del juego, y cuando la guerra aspira a racionalizarse y a moralizarse sancionándose como útil, instrumental y necesaria, no puede tolerar que le recuerden su verdadero origen (dejo para otro día el encarecer hasta qué punto, contra cualquier posible empeño de oultarlo, la victoria será la que delate, en su semblante mismo, ese origen de modo incontenible e incontestable). El acto caballeroso es un acto libre, gracioso, espontáneo; la caballerosidad conlleva siempre algún aire de gesto y es sentida como la gala de la acción y equiparada a aquella gala del atuendo en que el antiguo uniforme gustaba de complacerse y que el moderno suprime con una rabia no poco sospechosa. (180-81).



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