Retropost, 2013:
Viendo ayer en la Filmoteca Kharij / Caso cerrado (Mrinal Sen, 1982).
Int.: Anjan Dutt, Mamata Shankar, Sreela Majumdar.
India. VOSE. 99 min. DVD.
El
criado de una familia de clase media muere misteriosamente en la
cocina. Investigaciones policiales revelan que dormía cerca del horno de
carbón para mantenerse caliente. El informe post-mortem confirma que
murió por intoxicación de monóxido de carbono. Los miembros de la
familia quedan consternados, divididos entre el sentimiento de culpa y
el miedo de que se produzca un escándalo en la sociedad.
—Una
película filmada con medios sencillos en un estilo casi documental y
neorrealista, que pasa poco a poco a ser conmovedora, a medida que se
van viendo las reacciones a la muerte de un niño sirviente al que nadie
daba importancia. La familia, pequeñísimos burgueses oficinistas, se
ponen a la defensiva por si les va a traer complicaciones legales la
muerte accidental del niño, mal alojado y descuidado en su casa.
Reciben a los familiares y amigos casi manteniéndolos a raya con un
palo, haciendo como que están afectados pero en realidad preocupados
sólo por que no les vayan a traer problemas o sacarles dinero. Todo
murmullos y medias palabras que van retratando a cada cual. Del
crematorio se van sin despedirse, agobiados por vagos temores de esos
paletos de otra clase y de reacciones impredecibles. Pero éstos los
siguen a casa y entran; la dueña del edificio les hace hacer a todos
rituales de purificación, tras el funeral; y súbitamente se despiden, se
van y acaba la película.
El
espectador se ha colocado poco a poco, como sin querer, en el punto de
vista de los mezquinos "amos", tan modestos ellos por otra parte vistos
desde Europa que apuro da llamarlos amos de nada. Pero allí hay clases, y
muchas: en su reacción histérica de autoprotección los amos son
incapaces de entender siquiera el sentimiento de ritual y reverencia
funeraria que anima a la familia y amigos del niño muerto. Han venido un
momento sólo a ver dónde vivió sus últimos días. Se van y nos dejan con
nuestras reflexiones.
Y allí, en esa visita de las últimas
escenas, una pequeña escena de homenaje al cine, tan sutil que es
magistral, y conmovedora. El niño dormía bajo la escalera, y allí vemos
de pasada pegados en la pared sus postercillos y recortables de Rocky y
de Bruce Lee y de las películas que le gustaban. Vivió poco, trabajó
mucho, jugó algo—con sus amigos y con el hijo de la pareja que le
contrató. Y le gustaba ir al cine las pocas veces que podía; la señora
descubre que otra sirvienta le había dado dinero para ir al cine la
noche en que se intoxicó con la estufa, y se lo reprocha. Lo ve
absurdamente como una crítica contra ella misma; "No deberías haberle
dado dinero para ir al cine". Pero esos sueños despiertos del cine
habían sido sin duda los momentos más felices que había tenido el pobre
chaval antes de morir, una vida breve entre tantas.
Es la vida
para muchos— llegar a este planeta, vivir en la pobreza, ver un poquito
lo que hay, la miseria ambiente, soñar con el cine y con los relatos que
abren otros mundos un momento—y se acabó la película, caso cerrado.
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