Prólogo a La ciudad alegre y confiada, de Jacinto Benavente (1916). Lo habla "El Desterrado":
PRÓLOGO:
Vuelve el tinglado de la antigua farsa. Al traqueteo y los chirridos de la carreta desvencijada, a tirones penosos de una mula anatómica, endosados los desteñidos colorines de sus trajes escénicos, se entra por la plaza del lugar la farándula. Si el día es triste, con cerrazón de tormenta o entoldado el cielo de nubes o sucia polvareda de ventisca, y en el lugar es día de trabajo, y el año fue de calamidades, y la gente, mohina, no está para fiestas ni farsas, nada más triste, descolorido y lacio que la carreta farandulera, sin la luz del sol que avive sus colorines, sin vítores que presagien monedas, sin mozos que palmoteen a las damas, ni mozas que sonrían a los galanes, ni muchachos que aturdan al gracioso con griterío.
Bajo la pesadumbre de un cielo como lona mojada, al horizonte tierras sin promisión; entre las casas color de barro, sin humear las chimeneas, porque están sin lumbre los hogares y vacías las ollas bajo el humero, la farándula pasa, y es una tristeza más en la tristeza... "¡A buena parte vienen!—piensan todos—. ¿Quién los habrá engañado?" Y los pobres faranduleros ni a mirarse se atreven unos a otros, corridos y afrentados. Mas si el día es alegre y el raso azul del cielo se desgarra en resplandor de luz vibrante y es fiesta en el lugar, y las tierras en torno son como cañamazo que bordan los olivos de plata y los trigales de oro, de luciente esmeralda los viñedos, y humean los hogares y los hornos con sabroso olor de cochura, y es todo señal de abundancia, henchidas las paneras, repletos los arcones de hogazas, y, bajo la campana, en las cocinas, en sarta los perniles y embutidos..., entonces, al llegar la carreta, acude la gente bulliciosa y todo es palmoteo y alborozo. La luz deslumbradora anima los colores desvaídos, enciende lentejuelas y talcos, y la pobre farándula se viste del esplendor triunfal del día; la polvareda misma que la envuelve a su paso en el plumaje de una nube de oro en ascensión gloriosa, y los faranduleros, hijos vergonzantes de Apolo, pueden creerse en aquel punto transfigurados, como si la carreta desvencijada fuera el mismo carro del dios, que es dios del Sol y de la Poesía, y, por serlo, es piadoso con todas las criaturas, y más si son sus hijos artistas y poetas y son pobres y humildes.
Por donde pase, a donde se encamine, hoy sale la farándula que es todo el mundo lugar de miseria, todos los días tristes. Y aunque de alegrar a las gentes vivimos, no pretendemos hoy regocijaros. Aún no sabré decir si a vuestro aplauso no preferimos hoy vuestra indignación, porque tal vez hemos de disgustaros, porque acaso sobre el estruendo del bombo y los platillos, pregón de nuestra farsa, suene estridente y clara trompetería, que, si no al juicio final del mundo, a nuestro propio juicio nos reclama, mientras el juicio final llega. Entre los muñecos y fantoches de cartón y trapo, ya conocidos vuestros, veréis ahora algún hombre que hablara´como hombre, para espanto de los muñecos.
Y ved cuánto fuerza la costumbre, como ya conocéis a los fantoches de nuestra farsa y son una viva imitación de verdaderos hombres, ahora tal vez el hombre verdadero os parezca un muñeco y los muñecos más hombres que nunca. No habrá de qué asombrarse si así fuera. Los muñecos son todo resortes, dobleces y junturas; como se yerguen, se doblegan; como se alzan, se arrastran, y esta flexible facilidad es el mejor remedo de lo humano. Estos muñecos son hombres que saben vivir: los hombres listos que todos conocemos. El hombre verdadero os parecerá, en cambio, con rigidez inflexible, sin coyunturas, porque alienta en él un noble espíritu y es todo frente y todo corazón. Su voz sonará sobre todas las voces de la farsa con palabras de profecía. Y este es el temor de quien compuso esta nueva farsa de hombres y muñecos. ¿Qué es un profeta mientras sus profecías no se cumplen? Enfadoso agorero, aguafiestas insoportable. Y si a costa de ver cumplidas sus profecías de ruinas y de estragos habrá de ser su gloria, nunca sea profeta, quédese en agorero. Mas si juzgáis enojoso el aviso, estimadle a lo menos por bienintencionado. Hoy la farándula no pretende vuestra risa. Todo el mundo es teatro de tragedia, y si el Arte mismo no puede ser hoy serenidad, si no quiere parecer inhumano, ¿cómo puede ser bufonada sin parecernos un insulto al dolor y a la muerte? Con todo, aún pudierais reír de la misma gravedad nuestra. Y siempre tendríais razón, y vuestra risa tal vez fuera una razón más de las razones que hubo para escribir esta farsa, cuyo título se halló en libro santo, en palabras proféticas que dicen: "Esta es la ciudad alegre que estaba confiada, la que decía en su corazón: yo y no más. ¿Cómo fue su asolamiento?" Y fue el asolamiento de la ciudad alegre, tal vez porque juzgó la profecía como farsa y despreció el aviso entre risas y burlas.
Si la intención del temeroso aviso es buena, y así el temor no salga nunca cierto, ¿no juzgaréis la farsa profecía?
TELÓN
damas,
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