miércoles, 3 de abril de 2024

El teatro del tio Gabriel

 De la novela Santander, 1936, de Álvaro Pombo (220-22):

Cuando llegó a casa se encontró con su padre en el portal, que le contó que venía de tomar el aperitivo él también, en su caso con el tío Gabriel María en el Círculo de Recreo. Alvarín lo sabía de sobra, a su padre le venía bien hablar con el tío Gabriel. Aquella mezcla tan santanderina de izquierdas y derechas, de monárquicos primoriveristas y demócratas tenía lugar en un ambiente distendido, falso y cortés: el montañés falso y cortés, recordaba con frecuencia Cayo Pombo a su hijo. Y un ejemplo eximio de cortesía y simulación, un ejemplo eminente, era el tío Gabriel María de Pombo Ybarra. El señor conde de Poblaciones de Sahagún, título que la maledicencia santanderina consideraba inventado y autoatribuido por el ilustre fundador del Ateneo, tenía la habilidad de poner a su hermano de buen humor. Siempre estaba de actualidad el tío Gabriel María. La actualidad era ahora el Frente Popular. Por inverosímil que resultase, tío Gabriel era ahora también un gerifalte cultural del Frente Popular santanderino, o, por lo menos, tan gerifalte ahora como antes. Para lograr semejante posición había que ser falso y cortés. Cayo Pombo se apresuraba a añadir siempre una precisión sobre el concepto de lo falso cuando se aplicaba a su hermano: lo divertido de Gabriel, solía decir, es que uno puede pensarle falso a la vez que está pensando lo auténticamente verdadero que es. Se deja ir por la torrentera de los discursos, se abandona al placer de las dialécticas de moda que elogia, y, de paso ya, refuta, y sus oyentes le admiran y a la vez piensan: Este es un impostor. Y el caso es que tío Gabriel no es un impostor, nunca lo ha sido: participó sinceramente en la corte santanderina de Alfonso XIII y de Doña Victoria Eugenia. Lamentó la abdicación del Rey. de algún modo se apañó con la Dictadura de Primo de Rivera, siguió teniendo siempre, en Santander, el prestigio que tenía. Era un alfonsino, un monárquico, una institución cultural que se permitía admirar públicamente las habilidades del duce español. Y luego fue, de corazón, azañista. El narrador está seguro de que sus distinguidos lectores se habrán escandalizado ya de sobra: ¿se puede mantener, en serio, que Don Gabriel María de Pombo pudiese ser sucesivamente tantas cosas contradictorias o contrarias? ¿Qué se requería para ser así y poder ser verdadero sin dejar de ser, a la vez, falso, es decir, un gran actor? Era la idea de la teatralidad y del actor lo que cautivaba la imaginación de Cayo Pombo Ybarra cuando hablaba de su hermano: Gabriel entendía la vida como una representación teatral constante, en la cual se le asignaban diversos papeles. Con los años, se había acostumbrado a pensar que todos los papeles eran buenos. Todos los papeles, por pequeños o por grandes que fuesen, eran puro teatro. Lo teatral era la verdadera verdad de la vida. Y uno iba desempeñando los papeles que literalmente se le venían encima con gran fruición. Este era el secreto. La inmensa gracia que para tío Gabriel María tuvo antes y después y siempre la vida, hasta el final. Nunca se cansó de ser quien era. Nunca se cansó de discutir, de argumentar, de jugar al póquer, de desplumar a todo el mundo en el Círculo de Recreo. Nunca se cansó de ser esnob y de ser, en el fondo, muy Pombo: apellidarse Pombo lo juntaba todo junto. Quizá lo confundía. En cualquier caso, ser un Pombo siempre ha sido y será muy divertido.

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