domingo, 9 de febrero de 2025

El Doctor Fausto y la pérdida del alma

 

 

Un pasaje dramático del libro de Unamuno Del Sentimiento Trágico de la vida, en el que se nos explica la obra de Marlowe (y la de Goethe) en relación con la pérdida de la fe. Que de eso va quizá  la tragedia del saber y del mucho leer de Fausto. En su contexto del renacimiento del paganismo y las humanidades clásicas en la era moderna, con una aguda interpretación de la escena de Helena de Troya. El que extrae Unamuno es un sentido intuido oscuramente más que buscado y pensado por Marlowe, pues la obra expresa la pérdida de la fe y de creencia en la inmortalidad del alma precisamente mediante su contrario, mediante las imágenes del pacto satánico y  de la condenación eterna en que se cae por no haber confiado en Dios y en la posibilidad de la salvación...

 

satanfausto1



El progresismo no satisfacía tampoco. Progresar, ¿para qué? El hombre no se conformaba con lo racional, el Kulturkampf no le bastaba; quería dar finalidad final a la vida, que esta que llamo la finalidad final es el verdadero óntos ón. Y la famosa maladie du siècle, que se anuncia en Rousseau y acusa más claramente que nadie el Obermann de Sénancour, no era ni es otra cosa que la pérdida de la fe en la inmortalidad del alma, en la finalidad humana del universo. 

Su símbolo, su verdadero símbolo es un ente de ficción, el Doctor Fausto. 

Este inmortal Doctor Fausto que se nos aparece ya a principios del siglo XVII, en 1604, por obra del Renacimiento y de la Reforma y por ministerio de Cristóbal Marlowe, es ya el mismo que volverá a descubrir Goethe, aunque en ciertos respectos más espontáneo y más fresco. Y junto a él aparece Mephistophilis, a quien pregunta Fausto aquello de "¿Qué bien hará mi ama a tu señor?" Y le contesta: "Ensanchar su reino." "¿Y es ésa la razón por la que nos tienta así?", vuelve a preguntar el Doctor, y el espíritu maligno responde: "Solamen miseris socios habuisse doloris", que es lo que, mal traducido en romance, decimos: "mal de muchos, consuelo de tontos". "Donde estamos, allí está el infierno, y donde esté el infierno, allí tenemos que estar siempre", añade Mephistophilis, a lo que Fausto agrega que cree ser una fábula tal infierno, y le pregunta quién hizo el mundo.


Mefaustófeles 


Y este trágico Doctor, torturado por nuestra tortura, acaba encontrando a Helena, que no es otra, aunque Marlowe acaso no lo sospechase, que la Cultura renaciente. Y hay aquí en este Faust de Marlowe una escena que vale por toda la segunda parte del Faust  de Goethe. Le dice a Helena Fausto: "Dulce Helena, hazme inmortal con un beso—y le besa—. Sus labios me chupan el alma. ¡Mira cómo huye! ¡Ven, Helena, ven; devuélveme el alma! Aquí quiero quedarme, porque el cielo está en estos labios, y todo lo que no es Helena, escoria es".
 
¡Devuélveme el alma! He aquí el grito de Fausto, el Doctor, cuando después de haber besado a Helena, va a perderse para siempre. porque al Fausto primitivo no hay ingenua Margarita alguna que le salve. Esto de la salvación fue invención de Goethe. ¿Y quién no conoce a su Fausto, nuestro Fausto, que estudió filosofía, jurisprudencia, medicina, hasta teología, y sólo vio que no podemos saber nada y quiso huir al campo libre (hinaus ins weite Land!) y topó con Mefistófeles, parte de aquella fuerza que siempre quiere el mal haciendo siempre el bien, y éste le llevó a los brazos de Margarita, del pueblo sencillo, a la que aquél, el sabio, perdió; pero merced a la cual, que por él se entregó, se salva, redimido por el pueblo creyente con fe sencilla? Pero tuvo esa segunda parte, porque aquel otro Fausto era el Fausto anecdótico, y no el categórico de Goethe, y volvió a entregarse a la Cultura, a Helena, y a engendrar en ella a Euforión, acabando todo con aquello del eterno-femenino entre coros místicos.¡Pobre Euforión!


¿Y esta Helena es la esposa del rubio Menelao, la que robó Paris y causó la guerra de Troya, y de quien los ancianos troyanos decían que no debía indignar el que se peleasen por mujer que por su rostro se parecía tan terriblemente a las diosas inmortales? Creo más bien que esa Helena de Fausto era otra, la que acompañaba a Simón Mago, y que éste decía ser la inteligencia divina. Y Fausto puede decirle: "¡Devuélveme el alma!" 

Porque Helena, con sus besos, nos saca el alma. Y lo que queremos y necesitamos es alma, y alma de bulto y de sustancia.

Pero vinieron el Renacimiento, la Reforma y la Revolución, trayéndonos a Helena, o más bien empujados por ella, y ahora nos hablan de Cultura y de Europa.

¡Europa! Esta noción primitiva e inmediatamente geográfica nos la han convertido, por arte mágica, en una categoría casi metafísica. ¿Quién sabe hoy ya, en España por lo menos, lo que es Europa? Yo sólo sé que es un chibolete (véanse mis Tres ensayos). Y cuando me pongo a escudriñar lo que llaman Europa nuestros europeizantes, paréceme a las veces que queda fuera de ella mucho de lo periférico—España, desde luego, Inglaterra, Italia, Escandinavia, Rusia—, y que se reduce a lo central, a Franco-Alemania, con sus anejos y dependencias. 

Todo esto nos lo han traído, digo, el Renacimiento y la Reforma, hermanos mellizos que vivieron en aparente guerra intestina. Los renacientes italianos, socinianos todos ellos, los humanistas, con Erasmo a la cabeza, tuvieron por un bárbaro a aquel fraile Lutero, que del claustro sacó su ímpetu, como de él lo sacaron Bruno y Campanella. Pero aquel bárbaro era su hermano mellizo; combatiéndolos, combatía a su lado contra el enemigo común. Todo eso nos han traído el Renacimiento y la Reforma, y luego la Revolución, su hija, y nos han traído también una nueva inquisición: la de la ciencia o la cultura, que usa por armas el ridículo y el desprecio para los que no se rinden a su ortodoxia.

Al enviar Galileo al gran duque de Toscana su escrito sobre la movilidad de la tierra, le decía que conviene obedecer y creer a las determinaciones de los superiores, y que reputaba aquel escrito "como una poesía o bien un ensueño, y por tal recíbalo Vuestra Alteza". Y otras veces le llama "quimera" y "capricho matemático". Y así yo, en estos ensayos, por temor también—¿por qué no confesarlo?—a la Inquisición, pero a la de hoy, a la científica, presento como poesía, ensueño, quimera o capricho místico lo que más de dentro me brota. Y digo con Galileo: "Eppur si muove! Mas ¿es sólo por ese temor? ¡Ah, no!, que hay otra más trágica Inquisición, y es la que un hombre moderno, culto, europeo—como lo soy yo, quiéralo o no—, lleva dentro de sí. Hay un más terrible ridículo, y es el ridículo de uno ante sí mismo y para consigo. Es mi razón, que se burla de mi fe y la desprecia. 

Y aquí es donde tengo que acogerme a mi Señor Don Quijote para aprender a afrontar el ridículo y vencerlo, y una ridículo que acaso—?Quién sabe?—él no conoció. 



Unamuno Don Quijote

Sí, sí, ¿Cómo no ha de sonreir mi razón de estas construcciones seudo filosóficas, pretendidas místicas, diletantescas, en que hay de todo menos paciente estudio, objetividad y método... científico? ¡Ya, sin embargo... "Eppur si muove"!

"Eppur si muove!", sí. Y me cojo al diletantismo, a lo que un pedante llamaría filosofía demi-mondaine, contra la pedantería especialista, contra la filosofía de los filósofos profesionales. Y quén sabe. Los progresos suelen venir del bárbaro, y nada más estancado que la filosofía de los filósofos y la teología de los teólogos. ¡Y que nos hablen de Europa! La civilización del Tibet es paralela a la nuestra, y ha hecho y hace vivir a hombres que desaparecen como nosotros. Y queda flotando sobre las civilizaciones todas el Eclesiastés, y aquello de "así muere el sabio como el necio"(2:3). 


(Miguel de Unamuno, Del sentimiento trágico de la Vida; Conclusión: "Don Quijote en la tragicomedia europea contemporánea")




Doctor Faustus and Mr. Marlowe


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