jueves, 14 de septiembre de 2023

Elysium

 Retropost, 2013:

Hoy vamos a ver Elysium, la última del sudafricano Neill Blomkamp.






Y sigue en efecto la línea cyberpunk de Distrito 9, que también nos gustó mucho. Excelente, igualmente, en cuanto a efectos especiales. Los niños no han quedado decepcionados con las simulaciones de cuerpos explotando, espectáculo occidental muy de nuestros días.

El guión, también de Blomkamp, se parece a Distrito 9 en la temática del apartheid, ciudadanos con dos tipos de derechos, y es también una historia de liberación, con el colapso del sistema opresor en la falsa utopía Elysium, construida en una estación espacial fuera de la Tierra superpoblada. Las lecturas a que invita no son sólo los condominiums sudafricanos, norteamericanos y cada vez más también europeos, áreas residenciales a salvo de intrusos, sino más generalmente el contraste entre haves y have nots, quizá con un énfasis en el contraste entre Occidente y el Tercer Mundo, la historia de las vallas fronterizas y pateras como la que tenemos en España, vista en un espejo distorsionador del futuro. Demasiado cercano a veces a la actualidad, el espejo, como para que resulte una ficción tranquilizadora.

Elysium, queda claro, está construido sobre la explotación capitalista de la mayoría de la población, confinada a una Tierra sin recursos y sumida en la pobreza, con derechos laborales nulos, y donde el crimen y las mafias gobiernan el día a día, con ocasionales intervenciones de la Isal Flotante (esa Laputa opresora la inventó Swift, hay que recordarlo) cuando sus intereses se ven amenazados, o no se comportan los de abajo. Sale Occidente bien retratado: las cloacas del Estado envueltas en intrigas y golpes políticos para reconducir la situación, los mercenarios entre marginales y protegidos para trabajos sucios, la burocracia europea aparentemente bienpensante e idealista, pero regida por intereses que apenas quieren reconocer, y pelele en última instancia de los intereses del gran capital. Que si bien funciona como una máquina, y es controlado por máquinas en buena medida, siempre tiene una clase ociosa flotando como nata blanca por encima, y esos no son máquinas, aunque a veces lo parecen. La ministra del interior, Jodie Foster, es una francesa nazi, vestida de blanco inmaculado pero pringándose más de lo que querría. Se enreda en sus maniobras sucias cuando intenta cambiar el código para que sea la alianza de Lobbies Armamentísticos y Aristocracia Capitalista la que rija Elysium, dejándose ya los legalismos y zarandajas de los burócratas de Bruselas, o de la ONU.

El ritmo de la película, endiablado como requieren los tiempos, es lo que más la abre a críticas, pues le lleva a enseñar las costuras cuando necesita acelerar aceleradamente algún proceso, ya sea informático o médico, para pasar a la siguiente escena. Lo tomamos fácilmente como una convención del género, OK, pero es que si todo lo pasamos por convenciones del género todo vale. El final trágico / feliz, pongamos. Matt Damon se sacrifica y visto que va a morir, muere por un ideal de entrega, para salvar a la hija de su chica, y ¿acabar con Elysium? Eso sugiere la película, pero lo que vemos es una revolución o la toma del poder por los comunistas—en este caso por Spider, el hacker mafioso que organizaba viajes en patera voladora. No parece muy de fiar como gobernante, y tampoco lo fueron Lenin y Stalin, rompiendo los huevos a la clase dominante y a millones de súbditos, para instaurar un régimen de miseria para todos... menos para ellos. Un vistazo a la historia no le augura mejor futuro a la revolución ésta que nos permite cerrar la película con final feliz.

Sí, la pareja protagonista se regía por el ideal de la Tierra como planeta azul, planeta ecológico donde todos somos responsables de todos, y del cual no se puede o no se debe huir a empíreos de privilegio. (Es una monja la que le enseña el ideal de la Tierra solidaria, por cierto). Pero al final de la película si la Tierra hace algún gesto de solidaridad, no es más azul que antes, ni promete serlo. Cierto, que un planeta corresponsable tiene mejores razones para no degradarse, y por eso el planeta debería ser socialista-ecologista o no será.... pero quién sabe lo que será. 

Me recuerda esta historia de gueux asaltando la Île de la Cité al musical que se hizo sobre Notre-Dame de Paris de Victor Hugo, o a la reciente película de Los Miserables si se quiere también, historias de revoluciones, allí fallidas (aunque triufaba el ideal virtualmente), aquí realizadas... pero con un oportuno corte a tiempo, y comieron perdices. A los Occidentales de Elysium, que vamos al cine a pagar entretenimiento caro, nos gusta además que éste haga gestos solidarios y muestre el colapso de nuestro sistema de privilegios, somos así de viciosos. 

En serio, muchas de las imágenes de la película, con Los Angeles convertido en un Tercer Mundo decadente, rascacielos invadidos de chabolas, etc., son inquietantes y casi valen tanto como la película en su conjunto. Pero no son originales, claro, estas ficciones de crisis están a la orden del día, y más que estarán, a medida que apriete la superpoblación y la escasez de recursos. Hablaba hace poco de Inferno de Dan Brown, a costa de esto, también proponiendo soluciones imaginarias a problemas reales, como buena ficción ideológica. Ha dado allí Dan Brown con un problema importante como base para su argumento, un acierto, y lo mismo podemos decir de Elysium, a pesar del tratamiento ambivalente que se da a las cuestiones ideológicas en estos productos de gran tirada.

La gran contradicción de Elysium—la pongo en dos palabras, porque se vea bien el meollo de la cuestión. El argumento opone egoísmo y altruismo, el egoísmo de protección mutua de las redes de contactos e influencias de Elysium, frente al altruismo del protagonista, que da su vida por salvar a la chica de su chica. Pero Matt Damon también se movía por egoísmo—los intereses de supervivencia propia dictan muchas de sus elecciones, y el altruismo frente a su moza es sólo accidentalmente altruista para con los demás habitantes del planeta. Los motivos de los personajes van dictados por el máximo beneficio para sí, su grupo o su proyecto—Spider se arriesga a ir a Elysium en lugar de controlar su mafia tranquilamente porque así se colocará a la cabeza del cotarro, luego ya veremos qué hace con él. La mamá / chica de Damon piensa en su hija, y no tenemos noticias de que le preocupe el resto de la humanidad excepto como apéndice unido a su hija. 

Y en sustancia, si hay un Elysium es porque cada cual lucha por la vida y procura rentabilizar sus posibilidades de medrar uno mismo y los que define como los suyos. Y esto se hace frente a otros grupos. En este caso, el saqueo de la utopía de Elysium es una fuente de recursos, pero no parece que la calidad de la sanidad privada de Elysium vaya a extenderse a todo el planeta, a pesar de la tendenciosa escena final de los hospitales aterrizando (será la Seguridad Social de Obama, o algo así, lo que se sugiere). 

En fin, que también hay tela aquí para discutir lo de la privatización y los recortes sanitarios. De decisiones egoístas, y de revoluciones superficialmente altruistas, está hecho ya el mundo que vemos al principio de la película. Es el mundo que construye la acción humana ejercida sin control, y ya vemos en el robot-JohnnyTaxi que el control total informatizado tampoco es bueno ni utópico.

Así que ésta es mi crítica: que la utopía construida al final de la película está construida, como la estrella flotante de Elysium, sobre bases engañosas o falaces. Y es tan poco sostenible como la Isla Flotante. Occidente, créanme, no va a elevar a su nivel de vida al resto del mundo. Y dentro del altruismo que guía las revoluciones se esconde, de nuevo, el gusanillo del interés—propio o tribal—que ha llevado al planeta a donde está ahora, y que lo seguirá llevando de conflicto en conflicto mientras haya recursos que repartir y bacalao que cortar, o mientras quede en pie el último árbol, como en Rapa Nui.


 
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Trolösa: Trasuntos tras los asuntos

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