Las cartas de Pierre Teilhard de Chardin a su prima Marguerite Teillar-Chambon durante los años de la Primera Guerra Mundial fueron editadas por ésta con el título P.Teilhard de Chardin: Génesis de un Pensamiento. En las cartas relata episodios de su vida como camillero y sacerdote en el ejército francés, y sobre todo medita sobre sus intuiciones teológicas y su relación con Dios, que encuentra a la vez consoladora y problemática, pues lejos aún de los misticismos evolucionistas del punto Omega, porfía Teilhard en la eterna trampa de intentar ver la historia y la humanidad como guiada y observada (nunca "caprichosamente atormentada") por un Dios personal, esa imposible mezcla de trascendencia cósmica y de "amigo imaginario" que lleva a las mentes a laberintos de espejos, incertidumbres intransitables y despeñaderos abisales—
Hold them cheap
May who ne'er hung there.
Esfuerzos vanos o contradictorios cuando Teilhard intenta extraer una teodicea de las atrocidades y brutalidad estúpida de la guerra, viéndola como el lugar donde está la acción creativa del mundo, como un conflicto del mundo consigo mismo que lleva a un avance espiritual, a una mayor integración y una espiritualidad superior, etc. etc....
En fin, entre las perplejidades a que se aboca Teilhard intentando justificar ante su prima el sentido divino de la labor de ambos, y buscando más luz en su relación con el Gran Amigo, hay un pasaje revelador—revelador de la otra cara del heroico camillero y del dedicado y piadosísimo sacerdote. Una cara de su personalidad podríamos decir muy poco cristiana, e incluso muy poco humana, aunque quiénes somos para decir lo que es poco humano o demasiado humano. En fin, que es una fea idea o una fea actitud o tendencia (fea a la vez que "muy devota y muy mística") que Teilhard confiesa a su prima en confianza aunque no exactamente como un pecado (y eso que no es algo como para irlo diciendo, aunque al parecer sí es publicable).
Digo
que no me parece muy cristiano, o muy "católico" al menos —pero ya
avisaba Nietzsche contra una tendencia malsana en el cristianismo, el
rechazo al mundo, el tanatismo o desprecio de lo existente en aras de un
mundo mejor. Tendencia virtuosa o desprendida, que si se sale de madre
puede inducir a actitudes francamente desagradables o indeseables.
Es un pasaje el que digo donde se juntan en Teilhard de modo inextricable el amor místico a Dios y un cierto satanismo presuntuoso y mefistofélico. Unas tentaciones solipsistas que ni Max Stirner las querría. Por no decir una prepotencia cósmica, un egoísmo galáctico, un elitismo de vértigo, un tanatismo ascético y una misantropía larvada que al parecer el buen sacerdote hacía mucho por no manifestar de maneras ofensivas en su día a día.
En fin, ésta es la idea— que no digo yo que vaya a causar escándalo hoy. De hecho podría augurar un nuevo brote de teilhardismo entre los actuales animalistas, extincionistas y antinatalistas:
Por mi postal de anteayer, habrás sabido que he recibido tu carta del 10 de agosto [de 1917]. ¿No es curioso que ambos tengamos la misma debilidad, por la vida de contemplación egoísta, sin nada que la perturbe y donde ningún tercero (a menos que sea elegido para ello) se interponga inoportunamente entre los dos esenciales, el alma y Dios? Tienes razón, hay que reaccionar. Además, naturalmente hablando, el "otro" (es decir, todo el mundo, salvo una decena de humanos admitidos en nuestra órbita) es un intruso que nos importuna. Al menos, yo lo siento así, en algunos momentos. Intuitivamente, yo preferiría una tierra llena de bestias, a una tierra llena de hombres. Cada hombre tiene un pequeño mundo aparte, y este pluralismo me es esencialmente desagradable. Es preciso recordar que estamos en devenir, y que toda esta multiplicidad, por la caridad que Nuestro Señor nos exige, contrariamente a nuestros gustos, acabará por no ser más que uno... Es, sin duda, un aumento de esta Unidad, pagado con nuestro esfuerzo por salir de nosotros, lo que se traiciona por este aumento de nuestra vida interior, que sigue a la exteriorización caritativa de nosotros mismos, de que tú hablas. En estos momentos, como en los de sufrimiento providencial, se siente de una manera extraña que nuestra verdadera fuerza no está en nosotros, sino que nos viene de otra parte, cuando plegamos nuestra libertad a unas condiciones de existencia que no tienen nada de común con nuestras pequeñas combinaciones personales.
Quizá haya que ver en todo esto en parte un síndrome de la mili, con Teilhard a la vez fastidiado por la despersonalización del ejército o por el exceso de intimidad a que obliga, y fustigándose a sí mismo a sobrellevar lo que vaya viniendo, por la disciplina debida y por abnegación cristiana. En todo caso arrojan estas reflexiones una luz curiosa sobre la personalidad que llevó a Teilhard a su curioso apocalipsis divino o Big Crunch teológico en el que toda diferencia y contradicción se subsumen en un Dios autocontemplado que —por fin— está solo y absorto consigo mismo, una vez depurada su Noosfera, y superadas (aufgehoben) sus creaciones y meditaciones.
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